Un comentario de la Regla de San Benito
Hermana Christine Conrath
Abadía de Nuestra Señora de Jouarre, Francia
En el año 2002, la editorial benedictina EOS de Santa Otilia publicó un comentario de la Regla de San Benito, editada por la hermana Michaela Puzicha OSB, directora del Instituto de Estudios Benedictinos de Salzburgo. El trabajo, de cerca 600 páginas es, en mi opinión un trabajo extraordinario. Tiene un prólogo de Dom Jean-Pierre Longeat, OSB, Presidente de AIM y abad emérito de la Abadía de San Martín de Ligugé, y pronto será publicado en francés. Cada capítulo se presenta de acuerdo al mismo esquema, a saber:
1. Su lugar en la Regla de San Benito
2. Referencias bíblicas
3. Raíces en la tradición monástica y patrística
4. El texto en latín y su traducción, seguido por comentarios versículo a versículo
1.- Un recordatorio del lugar de un capítulo en el conjunto de la Regla da una visión de la forma total de la Regla. Es así como el capítulo 19 sobre “La actitud en la salmodia”, completa el ordo del Oficio Divino presentado en los capítulos 8-18. Es el que inmediatamente precede al capítulo 20 de la reverencia en la oración.
2.- No se dan referencias bíblicas en la Regla. Su función es traer de vuelta el corazón del monje a lo esencial. Como dice la Hna. Michaela: “Una cadena de citas no quiere decir que Benito no sea capaz de desarrollar su propia idea. Es una forma de atestiguar la prioridad magistral de la Sagrada Escritura.”
3.- La Regla tiene sus raíces en la tradición patrística y monástica. Damos el ejemplo de vices Christi (representar a Cristo). En fe reconocemos que el abad toma el lugar de Cristo. Desde Ignacio de Antioquía, el obispo toma el lugar de Dios o Cristo en la Iglesia. Si el lector desea profundizar en este tema, la autora da varias referencias en la parte inferior de la página. El texto es citado a menudo en latín, no es por pedantería sino para demostrar el vocabulario común de la Regla y sus referencias. Siguen algunas observaciones sobre la Iglesia en la antigüedad cristiana: “En la Iglesia antigua el vicario de Cristo estaba encargado de asegurar unidad y unanimidad de la comunidad” (Cf. Cipriano, Padre Nuestro # 8).
Después de los Padres de la Iglesia, los maestros en la vida monástica embellecen el comentario de la Hna. Michaela. El superior es responsable del ministerio de reconciliación y perdón. Citamos un Apotegma: “Alguien dijo a Macario el Grande que él era “un dios en la tierra”, así como Dios resguarda al mundo, igualmente Abba Macario resguarda las faltas, mirándolas como si nos las viera, escuchándolas como si no las oyera” (Macario 32, Numeración Solesmes).
Las referencias patrísticas y monásticas están desigualmente divididas de acuerdo a los capítulos. En el capítulo 53 sobre la hospitalidad, dan el lugar de honor a la Historia Monachorum. En los capítulos 33 y 34 hace referencia celosamente a la Regla de San Agustín. El capítulo 49 se basa en gran medida en los sermones de san León Magno. Para las reflexiones sobre la oración volvemos a los debates tradicionales sobre la oración continua. San Agustín recuerda (Enarratio ps 36): “En el alma hay una oración constante, que es un anhelo. Hagas lo que hagas, no pares de orar si anhelas el reposo en los cielos. Un anhelo incesante es una voz continua. Callar sería dejar de amar.” El capítulo 4 retoma las grandes catequesis de la antigüedad cristiana, como un resumen de la vida cristiana de acuerdo con el compromiso asumido en el bautismo. Citamos a nuestra autora: “Antes o después del bautismo es dada una lista de preceptos de la forma de vida cristiana. Varias ediciones aparecieron, entretejidas a partir de los textos bíblicos y lo que dice la tradición. Como resúmenes catequéticos citaron la Sagrada Escritura explícitamente, teniendo en cuenta la situación actual de los cristianos, sobre qué actitud adoptar para una u otra práctica pagana, para uno y otro medio social concreto, cuando se enfrentan a la persecución, etc.”
Estamos familiarizados con la expresión “no anteponer nada al amor de Cristo”, pero ¿sabemos de dónde viene esta expresión? San Cipriano, obispo de Cartago, martirizado durante la persecución de Valeriano en el año 258, comenta la Oración del Señor (#15): “No anteponer nada a Cristo, ya que él te ha puesto a ti antes que a todo, para aferrarse a su amor, para estar al pie de la cruz con coraje y confianza. Este es el sentido de esperar ser coherederos con Cristo, para cumplir el mandato de Dios, para hacer la voluntad de Dios.”
4.- Llegamos ahora al texto de la propia Regla, dividido en secciones de unos cuantos versos, el original en latín y una traducción francesa. Benito no es un teórico si no un practicante de la vida espiritual. Para entrar en oración se vuelve a la antigua fórmula de Casiano: “Para permanecer continuamente en la presencia de Dios, recita continuamente esta oración, “Dios mío ven en mi auxilio, Señor, date prisa en socorrerme.” La oración, una relación vertical con el Señor, se celebra en la Iglesia en comunión con los hermanos, sobre un eje horizontal. Estos dos ejes forman una cruz. La vida comunitaria es un lugar donde se desarrolla nuestra vida monástica, no hay una relación con el Señor que no pase a través de la comunión fraterna. La vida cenobita es “una escuela del servicio divino” (RB P, 45). Benito desarrolla esta expresión, extraída de la Regla del Maestro, de una manera personal, revelando lo más cercano a su corazón, para allanar el camino lo más posible con el fin de mantener al monje en el camino de salvación.
La Regla de San Benito contiene 20.000 palabras. ¡Eso no es mucho! “Hemos redactado esta Regla, para que, observándola en los monasterios, demostremos tener alguna honestidad de costumbres o un comienzo de vida monástica”. Benito no intenta minimizar la importancia de su “pequeña Regla” (RB 73, 8), pero nos recuerda que la primera regla es el Evangelio. El describe su propósito, la visión de Dios, prometida como recompensa en el sentido bíblico. Es importante observar escrupulosamente esta Regla elemental para permanecer en el camino de la vida. Esto solo es posible con la ayuda de Cristo; el texto es perfectamente explícito: deo auxliante, adiuvante domino (RB 1,5. 13).
“Escucha, hijo mío…”, Benito exige una escucha con recogimiento y bien intencionada, hecha explícitamente con el adverbio libenter. El candidato al bautismo es llamado a escuchar, esa es la primera palabra de fe, “Escucha, oh Israel, las leyes y costumbres que te enseño hoy para que puedas vivir”. Los catecúmenos son llamados audientes y Cristo es magister en mansedumbre y magnanimidad. La familiaridad con la Palabra de Dios, que la Regla llama Lectio, es el corazón de la vida monástica. Cristo es la Palabra. “¿Por qué no consagrar a la lectura esos momentos en que la Iglesia nos deja libre? ¿Por qué no volverse a Cristo, hablarle, escucharlo? Cuando oramos le estamos hablando, cuando leemos la Sagrada Escritura nosotros lo estamos escuchando”, dice san Ambrosio.
En el tema de una obediencia difícil, Benito plantea una fórmula que sugiere una situación excepcional, “si por algún motivo un hermano…” No se trata de un juicio impuesto a un hermano, pero desafortunadamente este tipo de situaciones surge inevitablemente en la vida monástica. Enfrentado a esta difícil situación, ¿cómo debe reaccionar el hermano? Benito le recuerda que ha elegido seguir a Cristo (RB 36,5; 48,7; 58,7-8; 72,5). Por tanto debe recibir la orden: suscipere (recibir). El monje ya ha usado este verbo en su profesión. Benito no pregunta si la situación es objetivamente imposible, pero percibe que el hermano así lo siente. Habiendo recibido la orden, al monje no se le exige que la cumpla a cualquier costo. El tiene toda la libertad de explicar a su abad, paciente y oportunamente, el motivo porque es imposible para él, permaneciendo abierto al diálogo. Sabemos que el orgullo enceguece a la persona. El abad, a priori, se comporta en forma irreprochable: se toma el tiempo para una larga reflexión, como se lee en capítulo 3. Si no sugiere una solución a la petición del hermano, el abad se encuentra en la obligación de mantener la orden. Luego Benito ayuda al hermano a entrar en el camino de aceptación y disposición interior, porque sabe que la decisión del abad no es arbitraria y que él no puede cambiar las circunstancias. Idealmente se establece una relación de confianza que permite al monje aceptar la decisión del abad como el designio de Dios, que hace que todo contribuya al bien de los que ama. Este es el “trabajo de la obediencia” (RB P, 2), y su meta es el ensanchamiento del corazón y comunión con Cristo. (RB P, 49; 5, 13; 7, 39).
Valoré, en el tema del capítulo 34 acerca de la distribución de las cosas necesarias, la observación en la madurez de la comunidad: “aquel que necesite menos, dé gracias a Dios y no se entristezca; en cambio, el que necesite más humíllese por su flaqueza y no se enorgullezca por la comprensión que le demuestran y así todos los miembros vivirán en paz”. Todo lo necesario es puesto a disposición de los hermanos. Cada uno se pregunta ¿Qué necesito? y ¿qué cantidad? Un trato igualitario no es lo mismo que uniformidad. Tampoco se trata de anticipar los deseos de los hermanos. La Regla no favorece ni sanciona a un hermano a causa de su origen social, ni por su lugar o influencia en la comunidad. El abad no hace distinción de personas; debe tener en cuenta sus debilidades y tratarlas con discreción. Es así como la Regla presenta una doble problemática, que surge de un enfoque sensible a las necesidades: Si se requiere tacto y discernimiento por parte del abad, es esencial un alto grado de madurez espiritual por parte de la comunidad. El hermano decide en conciencia lo que necesita. Mediante el uso de su libre voluntad y conscientemente renuncia a lo que no necesita, aunque esto se le podría haber dado. Esto implica evitar caer en comparaciones que inmediatamente hacen surgir envidia y celos, y el riesgo de que un hermano presente su propia moderación como medida aplicable a todos. Cuando la murmuración empieza a florecer, Benito invita al monje a volverse a Dios con gratitud, un excelente antídoto para el egoísmo.
La Hna Michaela ha escogido instancias con varias palabras claves, humildad, presunción, discreción, respeto en las relaciones fraternas, servicio, lectio. Al final del libro se da un índice. Tomemos negligencia, un vicio que Benito considera particularmente grave. Citamos un pasaje del comentario en el capítulo 21: “Un hermano que se comporta en forma irresponsable en el ejercicio de sus funciones es sancionado por san Benito. Como en todo lo demás, el gran riesgo es el orgullo, el que se revela en arrogancia, presunción debido a su función, negligencia en el servicio a los demás. Benito combate el orgullo en los decanos con repetidas advertencias que llevan a la consecuencia final, destitución del cargo y nominación de otro hermano”. Del mismo modo, en el capítulo 49 La Observancia de la Cuaresma: “Lo que Casiano considera una disminución del ideal original es atribuido por Benito a la fragilidad humana cuando él estima, junto a san León Magno (Sermón 42.1), que pocos monjes han perseverado en ascetismo. Por lo que llama a una vida más estricta durante la Cuaresma. Su discreción se muestra en la prudencia con que se contenta para persuadir: expresa sus expectativas, no hace una demanda. Negligencia y presunción son vicios muy graves porque apuntan a una actitud de indiferencia o rechazo a los valores monásticos. El hermano que está infectado con estos vicios contamina a la comunidad; debe ser apartado y dar synpectes para apresurar su cura.
Muchos de nuestros contemporáneos buscan la famosa PAX Benedictina. La Hna. Michaela analiza este concepto en el capítulo 31. Sucede que el mayordomo se enfrenta a un deseo poco razonable. Para san Benito lo importante no es el comportamiento del hermano que pide, sino la forma en que el mayordomo responde. Enfrentado a una solicitud poco razonable, el mayordomo debe responder en forma razonable y con humildad. Puede que tenga que dar una negativa, pero debe asegurarse de mantener la calidad de su relación con cada hermano. Así se construye comunidad. Este ejemplo, junto a muchos otros, es el motivo de que la Regla siga hoy vigente.
Sería bueno presentar a los lectores laicos los capítulos referentes al castigo que mantienen un lugar importante en la Regla y a primera vista parecen poco atractivo. Benito enumera las deficiencias de los hermanos y la forma de corregirlos. “A la hora del oficio divino, tan pronto hayan oído la señal, dejando todo cuanto tuvieren entre manos, acudan con la mayor prisa”. Si alguien llega tarde (cuando el salmo invitatorio ha sido recitado lentamente para dar tiempo a los atrasados), no debe sentarse en su lugar sino hasta que el abad le diga que lo haga” (RB 43). Cada sanción busca poner al hermano en camino de sanación, ya que un hermano en falta es un hermano enfermo. El Señor no fue enviado por los sanos sino por los enfermos (Cf Mt 9,13). Benito sanciona por llegar tarde al oratorio y al refectorio, los dos lugares donde se construye la comunión fraterna. En nuestro ejemplo el recién llegado se sienta a la vista de todos y muestra su humildad a través de una penitencia pública: se inclina profundamente con la cabeza hacia el suelo. La forma en que Benito premia el orden es bien sabida. Con el peligro de perturbar el orden del oficio divino, el recién llegado debe ir al oratorio para enmendarse por pereza o por perder el tiempo charlando. Además, es indispensable que todos los hermanos se pongan bajo la acción salvífica de la Palabra de Dios, “para que no lo pierdan todo” (RB 43, 9): tendrán la oportunidad de corregirse en el futuro. San Benito cuenta con una actitud de mejora de parte del hermano en falta. Cuando un hermano ha dejado el monasterio y pide volver, Benito acepta su solicitud, pero establece una condición para el regreso del hermano, que las dificultades que ocasionaron su partida deben estar aclaradas. Sor Michaela sabe por experiencia que una partida no sucede repentinamente, es precedida por un conflicto prolongado y permanente. Una y otra vez su comentario muestra su escritura calificada. La última palabra de la Regla, “llegarás” es una declaración positiva. Desde un principio el fin está a la vista: el Señor en persona. Benito está absolutamente seguro de que el monje logrará su propósito, ya que Cristo está presente en su vida. Fortalecidos por esa certeza, continuemos juntos en nuestra carrera hacia la Vida eterna.