Madre Marie-Caroline Lecouffe OSB
Monasterio de Bouzy-La-Forêt
Conflicto y Reconciliación
La Madre Marie-Caroline Lecouffe es priora del monasterio benedictino de Bouzy-la-Forêt (Francia), priorato que pertenece a la congregación de Notre-Dame du Calvaire. Este artículo es la conferencia que la Madre Marie-Caroline dictó dentro del contexto del programa de formación para formadores de habla francesa “Ananías”. La conclusión del artículo manifiesta apropiadamente su punto de vista teológico: “Incluso una comunidad herida es signo de comunión trinitaria”
“La vida común es imposible, ¡debemos agradecer que podamos pasar cinco minutos reunidos en paz y buen humor!” Este arrebato de un Padre Dominico puede parecer un desengaño, pero debe ser tomado como lo que es, un simple arrebato. Debemos reconocer, sin embargo, que la vida en comunidad no es fácil, una realidad que experimentan las familias y diferentes grupos de la sociedad. Por eso no me sorprende cuando alguien me pregunta: “pero ¿cómo pueden ustedes, diez, veinte o cincuenta mujeres, vivir a diario todas juntas?” ¿Qué es lo que permite que podamos mantenernos a pesar de los conflictos, qué es lo que permite que el tejido comunitario se reacomode evitando que se rompa?
Los diversos tipos de conflictos que experimentamos en comunidad, pueden ser abordados a partir de un texto de la Sagrada Escritura, que puede arrojar luz sobre las situaciones consideradas.
I- ¿Cuáles son los conflictos que vivimos dentro de las comunidades?
a) Conflictos de opiniones e ideas. Hechos de los Apóstoles, capítulo 15
Sobre este punto, un modelo apropiado aparece en Hechos 15 en Antioquía, en la contraposición entre los hermanos provenientes del fariseísmo y Pablo y Bernabé. Dos conceptos de salvación se oponen y los hermanos judaizantes no están necesariamente en una fe errada. Ellos han nacido dentro del judaísmo y de tal manera moldeados por la Ley, que les resulta difícil concebir la gratuidad de la salvación que Pablo ha descubierto. Ni siquiera el conocimiento de Jesucristo puede dispensar a los recién convertidos de la circuncisión y de la práctica de la Ley. No olvidemos que Pablo tuvo que ser derribado en el camino de Damasco, antes de abrirse a la salvación por la fe en Jesucristo. Lucas asimismo, pacífico como lo es en general, no esconde el hecho del conflicto y de las graves discusiones resultantes, en Jerusalén la discusión se hace vivaz. De aquí concluimos que una comunidad cristiana no se caracteriza por la ausencia de conflictos, que arriesga caer en el totalitarismo o en el sectarismo, sino que ella vive y atraviesa tales conflictos, inevitables como son dentro de la vida social.
En nuestras comunidades provenimos de horizontes tan diversos que nuestras culturas familiares, nuestras formas de pensar, nuestros prejuicios que confundimos con la verdad misma, nos pueden llevar a enfrentarnos unos a otros antes que a enriquecernos. Los prejuicios, los juicios apresurados o más sutilmente, las insinuaciones son todavía comunes en nuestras comunidades para catalogar y etiquetar a nuestros hermanos y hermanas. Y hoy que se conversa más en nuestros monasterios, estamos más expuestos el uno al otro. Tenemos más oportunidad de mostrarnos; que es una cosa buena, pero sin embargo un arma de doble filo, si no hacemos el esfuerzo para conocernos mejor y más íntimamente, más allá de los juicios apresurados y de las acotaciones desenfocadas en los momentos de relajo o incluso en una reunión de la comunidad. De hecho, nuestros intercambios comunitarios más frecuentes nos llevan a la confrontación directa de todo tipo de temas acerca de los que, en el pasado, solo habríamos tratado con un superior. El resultado es que los conflictos se prolongan a veces por un tiempo considerable; no es fácil quitar de la cabeza de una hermana o hermano juicios muy negativos expresados en una reunión de la comunidad, por ejemplo. “¡Si eso es lo que ella (él) dijo, entonces eso demuestra que él o que ella es así!” o “¡Al decir esto, ella (él) me hace sentir culpable y hace que me encierre en mi dificultad!”
La proliferación de los medios de comunicación promueve el expresar opiniones sobre todo, que reflejan información antojadiza, cuya imagen son algunos sitios de internet o programas radiales. Esto no ayuda necesariamente a emitir un juicio madurado en la oración y la reflexión. No quiere decir que es mejor no saber nada, para evitar juzgar demasiado rápido y mal, sino simplemente que el mundo de hoy nos obliga a estar atentos y entrenados para dar un paso atrás, evitando que la masa de información que los medios de comunicación nos transmiten puedan inducirnos al error.
El mayor pluralismo de ideas que vemos en nuestro mundo contemporáneo y que necesariamente afecta a nuestras comunidades, el pluralismo también de teologías y sensibilidades litúrgicas, pueden causar incluso los conflictos más graves ya que afectan lo esencial de nuestras vidas, la expresión de nuestra fe, cuando no el propio corazón. La política sigue siendo un tema prohibido en nuestras comunidades, pero ¡no ocurre lo mismo con la formación bíblica, teológica, litúrgica, por suerte! Gracias a nuestras fuertes raíces en el catolicismo, tenemos posiciones muy marcadas en temas que pueden parecer secundarios a los demás. Y me parece que donde había una mayor uniformidad hace cincuenta años, ahora hay mayor riesgo de confrontación porque hay menos garantías de autoridad - en cualquier caso, es menos respetada como tal – lo que permite confiar a los espíritus, como se ve claramente en Hechos 15, donde la voz poderosa de Pedro es capaz de silenciar a sus oponentes.
b) Conflictos de poderes. Carta de Santiago, capítulo 4
Estos son conflictos donde la responsabilidad personal está más comprometida, en donde vemos el trabajo del mal, del pecado que habita en el corazón del hombre. Podemos leer sobre esto en la carta de Santiago, en el Capítulo 4. Santiago intenta explicar de dónde provienen los conflictos; que para él son la consecuencia de nuestra división interna entre nuestra amistad con el mundo y nuestro amor a Dios. Preferimos el amor del mundo a expensas de Dios, dejamos que nuestros malos deseos nos dominen. “¿Codiciáis y no poseéis? Pues matáis” (St 4,2) Es el mecanismo de celos que socava el corazón humano y puede llevar al asesinato. Es el caso de Caín y Abel. Si en nuestras comunidades no llegamos tan lejos, los celos y la envidia cuando no se domestican adecuadamente, pueden rápidamente generar conflictos insoportables que conducen a ambientes intolerables. Lo que Santiago describe, por lo tanto no nos resulta ajeno, lo sabemos y vivimos. Si san Benito coloca no matar entre las buenas obras, es que él claramente nos cree capaces de hacerlo, tal vez no físicamente, aunque mediante nuestra lengua, palabras denigrantes y calumnias capaces de si destruir al otro. Es la marca del pecado, tanto del propio, como el del otro en nosotros. No somos completamente responsables de esta división dentro de cada uno de nosotros. Si hemos sido demasiado marcados por el pecado de nuestros seres queridos hasta el punto que esta división interna ha llegado a ser elemento permanente en nosotros, si el abuso al que hemos sido sometidos ha tenido demasiada influencia en nuestra psicología siendo niños, es posible que esto se manifieste en conflictos permanentes en la vida comunitaria. Demasiadas fracturas abiertas no impiden una vida de seguimiento de Cristo, pero sí tal vez una vida monástica. La vigilancia debe caracterizar el noviciado para discernir si, a pesar de las mejores intenciones, no existen lesiones que impidan una vida equilibrada. Poco importa si Santiago no hace la distinción moderna entre el pecado y la discapacidad psicológica. En estas luchas de poder, se presenta con pleno vigor nuestro malestar psicológico que, puesto en pocas palabras, restringe nuestra libertad para amar y ser amados. Nuestra responsabilidad consiste en lo que hacemos con este desequilibrio: lo trabajamos con aquellos a nuestro alrededor o ¿aceptamos enfrentarnos cara a cara y aprender a vivir en armonía y comprensión con nosotros mismos y con nuestros hermanos y hermanas?
c) Conflictos de personas. Hechos de los Apóstoles, capítulo 15, 36
Estos conflictos, son para mí inherentes a nuestra humanidad. La incompatibilidad y las diferencias que están produciendo constantemente chispas. La naturaleza de las diferencias de carácter, en la forma de hacer las cosas y en la educación, pueden causar un sinnúmero de conflictos grandes o pequeños sin culpa por ambos lados. Vemos este tipo de conflicto en los Hechos, justo después del que acabamos de mencionar en Hechos 15, cuando Pablo y Bernabé se enfrentan – aparentemente de forma muy violenta – por Juan, llamado Marcos (Hch 15,39). El tranquilo Bernabé probablemente no podía trabajar por mucho tiempo con el fiero Pablo. Es más bien una incompatibilidad de caracteres que impone su ley con vehemencia e impide la vida común. La lejanía, la separación parece ser la única solución. Esto es lo que Pablo y Bernabé hacen en Antioquía. Bernabé se embarca a Chipre llevando consigo a Juan Marcos, mientras que Pablo recorre Siria y Cilicia consolidando las Iglesias. Es interesante notar, sin embargo, que para las cosas esenciales ambos van de la mano: ambos son enviados a Jerusalén para resolver el conflicto entre los hermanos de Antioquía. Pero cuando se trata de un tema menor - aceptar la compañía de Juan Marcos - son incapaces de ponerse de acuerdo y tienen que separarse. Sabemos hasta qué punto podemos alterarnos por las diferencias de temperamento, comportamiento y ritmo llegando a hacer intolerable, convirtiendo la vida en común en una carga muy pesada. Cuando alguien es naturalmente autoritario, es muy difícil hacer que trabaje con otro y el conflicto aparece rápidamente. Alternativamente, para evitar conflictos, tenemos la tentación de dejarnos atropellar y ¡esto no es necesariamente lo mejor!
II- Reconciliación
Entonces, ¿qué hacer frente a todos estos conflictos más o menos violentos? ¡El Evangelio y la Regla hacen que parezca fácil! San Benito lo dice simplemente en el Capítulo 4: “Hacer las paces antes de la puesta del sol” (RB 4,73). A menudo, encontramos que esto es posible. Siempre es una alegría ver a nuestros hermanos y nuestras hermanas pedir perdón individualmente o ante la comunidad en el Capítulo. Esta es la forma en que los pequeños conflictos se resuelven, mediante la solicitud humilde y sincera del perdón y el ofrecimiento del perdón. Esto hará comenzar de nuevo, sin la animosidad de rencores profundos y capaces de durar toda la vida. Para mí es el signo tangible y concreto de que nuestra vida comunitaria “no es una construcción humana, sino un don del Espíritu Santo”, como dice el documento: La vida fraterna en Comunidad (1994, 8).
¿Y si el conflicto continúa? Vemos que éste es a veces el caso a pesar del perdón ofrecido y aceptado. Sólo quiero señalar algunas cosas que pueden ayudar a la reconciliación.
a) La oración
Es obvio que un clima de fe y de oración es el motor principal de la reconciliación. Acabo de decir que la comunidad es un don del Espíritu Santo. Debemos, por lo tanto, creer en el poder del Espíritu que se desarrolla en nuestra debilidad, en nuestra dificultad de perdonar, en nuestro rencor, para darse cuenta de las maravillas de la reconciliación. Es por confiar en el Espíritu Santo que podemos pasar por conflictos largos, y esperar con paciencia que los nudos se desaten. La oración continua, como la de la viuda importuna, es el signo de nuestra paciencia, nuestra esperanza en el otro que puede cambiar, de nuestra fe en Dios, que puede derribar las paredes de nuestra dureza o las de los demás. ¡Es así simplemente que las cosas ocurren! He visto tensiones muy agudas que desaparecen a través de la perseverancia y la oración de las hermanas que muy a menudo están en conflicto y con la oración de la comunidad, que pacientemente soportó la pesada carga del conflicto.
b) La humildad
Pero la oración no es suficiente, si no se muestra un deseo de conversión, para reconstruir la comunión rota y por lo tanto un desafío para revisar nuestras posiciones, lo que en el lenguaje benedictino se llama humildad. El gran remedio para san Benito es, en efecto, la humildad y en particular la práctica de la “satisfacción”. Cuando uno es vanidoso y ha causado conflictos y desunión, es la humildad, es decir, el reconocimiento de su culpa y el deseo de corregir, el que hará recomenzar y volver a poner a la comunidad de pie. San Benito pide al abad, al mayordomo, al prior, a los artesanos del monasterio estar en guardia y luchar contra el orgullo. ¿Por qué san Benito se preguntaría esto si no es porque sabe que el orgullo engendra inevitablemente desprecio por los demás y serios conflictos? Es sobre todo la negativa a reconocer los propios defectos, errores e ignorancia lo que envenena el desacuerdo. También observamos que con gran humildad podemos decir muchas cosas a un hermano o hermana. Aunque el capítulo 7 de la Regla habla poco acerca de la relación fraterna, su importancia en la enseñanza de san Benito sugiere que la humildad es lo central para construir una escuela del servicio del Señor. Es verdaderamente una escuela de amor fraterno, sin la humildad realmente no podemos construir la comunidad. Y cuando percibimos gran humildad en un novicio, creo que podemos aceptarle con mayor facilidad, incluso si posee una fragilidad psicológica considerable. En mi opinión, la humildad puede compensar en cierta medida fallas de temperamento, incluso doloroso, porque habrá reconocimiento de la injusticia cometida, deseo de corregirla y, por tanto, capacidad de perdonar y empezar nuevamente en el camino de la vida común. ¡San Benito no condena el temperamento difícil, sino más bien el orgullo que hincha!
c) La misericordia, una y otra vez
Es obviamente difícil progresar sin perdonar setenta veces siete. Es una actitud interior a la que debemos dar forma poco a poco. La oración, el estudio de la Palabra de Dios y sobre todo la contemplación de nuestro Dios, que sigue mostrando misericordia a su pueblo rebelde, son los principales remedios para participar en este ambiente de perdón y de esperanza en el otro que deseamos que cada día se renueve. Esto no sucede en un día, se educa desde el noviciado, cuando la apertura del corazón permite que el maestro de novicios despierte en los principiantes esta joya de la misericordia. Una joya con dos lados: ¡que Dios tiene misericordia de mí a pesar de lo insoportable que pueda ser, el Señor me enseña a llevar la carga de otros, y me apoya todos los días en su gran bondad! Es por el conocimiento del propio corazón que aprendemos a amarnos unos a otros.
Tenemos que decir algunas palabras sobre el ejercicio concreto de la misericordia en nuestras comunidades. A veces puede molestar a los más jóvenes pedir perdón delante de todos, en el contexto formal del Capítulo. (Un día, una joven hermana no entendía por qué no siempre era posible reconciliarse cara a cara con la hermana que había ofendido, ella no entendía que pudiera sobreponerse al miedo simplemente a golpes de voluntad y que la otra no siempre estuviera lista para el perdón. Si la herida es demasiado profunda, puede tomar más tiempo aceptar una solicitud de perdón). Creo que es bueno mantener los espacios y los momentos formales donde y cuando podemos pedir y recibir el perdón. Esto no reemplaza necesariamente las reuniones cara a cara, pero permite que se cree una instancia de mediación necesaria para que algunos se atrevan a iniciar un proceso de perdón y reconciliación. San Benito explica en detalle la excomunión, es decir, la exclusión temporal de la comunidad en diversos grados: es un modo de reparación para remendar el tejido desgarrado y reducir el conflicto que ha separado al hermano de la comunidad. Ya no practicamos la excomunión como san Benito la describe, por ejemplo en el capítulo 44. No aplicar a la letra las prácticas de la Regla, no deben hacer olvidar la idea de la satisfacción, reparación, y al menos una demanda clara por perdón. El Padre Guillaume, ex abad de Mont des Cats, muestra cómo la reparación puede ser la manera de reconstruir una relación real; de lo contrario, negar la lesión, sólo empeora la situación a riesgo de llegar a una corrupción de las relaciones en la comunidad. (Sur le chemin de liberté, commentaires de la Règle de saint Benoit jour âpres jour, 2006)
Si actuamos como si nada hubiese pasado, no se está respetando ni a la comunidad ni a aquel que abusó de la bondad de sus hermanos. Es un signo de no creer en el hermano, de no darle el lugar que le corresponde. Pasar por alto fácilmente el incidente no permite el crecimiento y, finalmente rompe la confianza mutua. La petición de perdón y de reparación es decir: “Ya está, has recuperado tu lugar, eres más importante que tu culpa”. Es una base sólida sobre la cual recomenzar. El hermano o la hermana que han caído en falta muestran que han visto su culpa, que quieren salir y que la esperanza de la comunidad vuelve otra vez a estar con él en lugar de encerrarlo en su debilidad. Si alguien reconoce sinceramente sus errores o una dimensión difícil de su carácter, aunque no haga mucho por cambiar, puede hacer evolucionar nuestra mirada sobre ella por medio del perdón. Se despierta más fácilmente la misericordia de la comunidad y la aceptación de su personalidad, mostrando que quiere cambiar y que cree en su conversión. Esto ayuda a toda la comunidad a creer en él y mantiene un ambiente de esperanza para nuestros hermanos y hermanas difíciles.
Por tanto, es importante mantener las oportunidades donde uno pueda pedir perdón y recibir el perdón de la comunidad. Cuando existen tales lugares y tiempos, se facilita el proceso. El Capítulo de las faltas actúa como mediador para ayudar a los que han hecho daño a la comunidad a reconocer sus defectos. Hermanos o hermanas que tienen miedo de ir a su abad o a aquellos a quienes han ofendido, sienten alivio y se sienten ayudados por el momento en el Capítulo en el que pueden buscar el perdón por su ira, su negación de ser serviciales, su mal humor. Algunas comunidades que han abandonado el Capítulo de las faltas, ahora buscan momentos de reconciliación. Aunque a veces son mera formalidad, ¡es mucho mejor que nada! Y soy testigo de que ocurren cosas maravillosas en el Capítulo, que verdaderamente “el amor y la verdad” se unen y permiten el crecimiento personal de cada miembro de la comunidad.
d) Las apelaciones
En Hechos 15 vemos que el conflicto permanece y que no se resuelve tan fácilmente dentro de la comunidad de Antioquía. Se hace necesario apelar a externos: la autoridad de los apóstoles y de los ancianos de Jerusalén es reconocida por todos; y dentro del colegio de los apóstoles, la voz de Pedro tiene una importancia especial. Podemos indicar que Pedro es garantía de unidad, mientras al mismo tiempo reconocer que su palabra no es necesariamente la última palabra a la que nadie tiene derecho a replicar. Santiago tiene la libertad para opinar sobre la propuesta de Pedro. Es un diálogo real, donde cada uno aporta su parte, y donde finalmente se toma una decisión justa que neutraliza el conflicto.
En nuestras comunidades, a mí me parece que el abad es a menudo la instancia de apelación. Por supuesto él está dentro de la comunidad, pero posee una autoridad que puede ayudar a dos hermanos a aceptar la solución propuesta para acordar trabajar más o menos juntos (hasta el próximo desacuerdo), debido a que esto es lo que se necesita del abad, en cuyas manos ellos han depositado su voto de obediencia. A veces es imposible precisamente porque hay un conflicto entre un hermano y el abad. En este caso es necesario elegir a la persona que conoce bien a los hermanos y que puede actuar de mediador.
e) Los signos de fortaleza
Especialmente cuando hay un clima de conflicto particularmente complicado en el corazón de una comunidad, podemos sugerir algunos gestos significativos que ayuden a abandonar por un momento, la situación ordinaria de tensión y descubrir lo mejor del otro y apoyarlo en aquello que nos resulta molesto.
Un período de Lectio compartida, un compartir a fondo alrededor de la Palabra de Dios, puede ser una buena manera de ver que el otro también vive la Palabra de Dios, que está listo para ser moldeado por ella, que es más que los defectos fácilmente visibles en la vida cotidiana del monasterio. Un tiempo de compartir en comunidad las cuestiones fundamentales que nos llevan a lo más profundo de nosotros mismos, para buscar lo mejor, lo más verdadero, lo más bello también permiten una nueva mirada a los hermanos o hermanas difíciles. En las reuniones habituales de nuestra comunidad acerca de los temas clásicos de nuestra vida monástica como escuchar, obedecer, etc., el conocimiento mutuo realmente se enriquece. Si tenemos el coraje de abrirnos en verdad y humildad, verdaderos descubrimientos e incluso posiblemente admiración podemos desarrollar por encima de lo que generalmente experimentamos hacia un hermano o hermana. Dado que estos intercambios afectan la mayor parte de nuestras vidas, si se tratan en serio, pueden revelar la profundidad de espíritu y por eso mismo transformar la imagen que damos de nosotros mismos a nuestra comunidad. Y esto puede ayudar a otros a cambiar su criterio y así neutralizar los conflictos. ¡Esto no es una receta mágica que funciona todo el tiempo! Pero puede ayudar a una comunidad donde los conflictos personales o incluso conflictos de ideas son recurrentes, porque podemos entender poco a poco por qué el otro siempre reacciona de esa manera, al contrario de lo que me sucede a mí; descubrimos en qué se basan sus creencias, por qué piensa de esta manera. Así, se abre mi mente y me ayuda a ver más amplio y más profundo de lo que inicialmente haya podido juzgar.
Otro tipo de señal que también puede ayudar, es el lavado de pies, pequeña paraliturgia de reconciliación, que algunos anfitriones proponen. Creo que es en las comunidades del Arca de Jean Vanier, que el lavado de pies se ha restablecido a un lugar de honor y todos los miembros de la comunidad lavan los pies unos a otros. No es sólo el abad, como es en nuestras comunidades, sino todos los hermanos o hermanas lavan los pies unos a otros. Una de las hermanas nos regala el siguiente testimonio: “La comunidad vivía un momento difícil, estábamos pasando por una mala racha en la que los conflictos y malentendidos eran abundantes. Alguien propuso a la comunidad el lavatorio de los pies y esto ha marcado a la comunidad hasta el día de hoy, la comunidad fue realmente renovada”. Por otra parte, una liturgia de reconciliación vivida en el Capítulo durante un retiro de la comunidad ha sido un momento particularmente fuerte que permitió que algunas hermanas salieran de situaciones latentes de conflictos para entrar en una situación de respeto mutuo, de ver las buenas intenciones en cada hermana y no sentirse cada vez desafiado por el otro. Hay un mayor equilibrio en la relación; aún quedan algunas chispas, pero éstas no son capaces de deteriorar la relación hacia una atmósfera venenosa de sospecha permanente. En esta liturgia, el cuerpo se involucra: las hermanas son invitadas a ejecutar un gesto, traer un objeto, trasladarse de una posición a otra y creo que es algo importante para tener en cuenta. No era sólo un ejercicio de la Palabra, la Palabra debe ir acompañada de un gesto. Estos gestos, esta participación y nuestro cuerpo de hecho pueden ayudar a cambiar nuestra actitud. Esta mediación del cuerpo puede sacarnos de nuestro confinamiento, de nuestra dureza habitual y abrirnos más fácilmente a la gracia de la reconciliación. El lavado de pies, una liturgia de reconciliación donde el cuerpo está involucrado, puede tocar en nosotros fibras más vulnerables dispuestas a aceptar la curación, áreas en las que tenemos menos defensas preparadas para emerger cuando nos sentimos atacados y en donde el Señor pueda pasar más fácilmente, como un ladrón que encontró el hoyo en la pared. También son momentos muy excepcionales, ¡que no se pueden repetir todos los meses! En general hay naturalmente sentimientos de disponibilidad para recibir la gracia que pueden pasar por esta forma inusual de acercarse a nuestros hermanos o hermanas, entendiendo por supuesto que no se hayan ¡atrincherados y armados hasta los dientes!
Conclusión
Incluso una comunidad herida es signo de la comunión Trinitaria. Esto debería hacernos mantener viva la esperanza. El amor no es meramente buenas maneras. Lo importante es no caer en el fatalismo, mantener la esperanza y creer que el perdón y la misericordia terminarán por triunfar en los inevitables conflictos.
Y para concluir, plagiando el pregón pascual o Exultet que canta «¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!», uno podría decir: “Feliz el conflicto que me ha permitido comprender a mi hermana y a mí misma, que me ha permitido crecer en humildad y en humanidad, a imagen del hombre perfecto que es Cristo, el amado Hijo del Padre”.