Comunidades Benedictinas de África del Sur BECOSA

Los Elementos Esenciales de la Vida Monástica

 

El siguiente es un documento desarrollado durante el debate del encuentro de los miembros de las Comunidades Benedictinas de África del Sur (BECOSA), que participaron previamente en el Programa de Formadores Monásticos (MFP) en Roma. Este encuentro tuvo lugar entre el 11 y el 16 de julio de 2012 en el Centro de Retiros Lumko en Benoni, Sud África.

 

AfrSudLa semilla de este documento fue sembrada cuando BECOSA comenzó a explorar la posibilidad de crear un instituto monástico en la región del Sur de África. Sería un lugar de formación y educación continua para monjes y monjas en nuestra área.

Pensamos en invitar como oradores a los mejores investigadores y charlistas experimentados. Sin embargo, mientras conversábamos, llegamos a la conclusión de que no deberíamos ignorar el conocimiento y experiencia que teníamos entre los miembros de nuestras comunidades. Casi todas nuestras comunidades han sido representadas en el MPF al menos una vez y, en varios casos en dos, tres o más. Este programa está diseñado para conocer las necesidades de aquellos que están trabajando en la formación monástica o preparándose para hacerlo en el futuro, siendo instruidos por algunos de los más importantes maestros monásticos de nuestro tiempo. Ha recibido a más de 300 monjes y monjas de todos los continentes y de las más diversas tradiciones. En un profundo sentido, es una experiencia de formación para formadores. Con tantos que han tenido una tan rica experiencia de formación, la asociación ya tenía una fuente de pensamiento monástico y sabiduría de la cual nutrirse. Eventualmente, lo que surgió de la discusión fue el darnos cuenta de la necesidad específica de BECOSA de articular concretamente lo que es la vida monástica. Cuando manifestamos nuestra vida, sea verbalmente o a través de nuestras acciones, ¿qué decimos? ¿Quién decimos que somos como monjes? Así, a los participantes de la última MPF se les dio la tarea de expresar esto de un modo que pudiera ser discutido y usado por todas nuestras comunidades. Hemos decidido ahora poner este documento en el sitio web de AIM, así como publicarlo de un modo que pueda ser fácilmente difundido. Este documento es tanto una declaración teológica como filosófica de la vida monástica. La vida monástica no es vaga. Tiene una definición clara y una forma que no se transan y el monacato está vivo. Esperamos que este documento se muestre a sí mismo como una expresión de profundo y dramático estímulo en el corazón del monacato.

 

becosa13Viviendo una vida cristiana

Vivir una vida monástica es “no anteponer nada a Cristo” (RB 72,11). Si queremos comunicar lo esencial de la vida monástica a quienes vienen a unirse a nosotros o a un público más amplio, este principio se volverá, esperamos, obvio en el modo en que lo decimos, en cómo vivimos y como modelamos lo esencial para los otros. Y en nuestras comunidades se favorece un ambiente que facilita esta preferencia. Nuestras comunidades son lugares en los que se puede palpar “el amor de Dios que, por ser perfecto, echa fuera el temor” (RB 7, 67; Jn 4, 18)

No anteponer nada a Cristo requiere de una cierta autoexploración, tal vez incluso una búsqueda del alma. Significa preguntarnos sobre nosotros, nuestra comunidad y para quienes están en una formación inicial, o son aspirantes a nuestras comunidades.

• ¿Cómo nos encontramos con Cristo?

• ¿Estamos viviendo en Cristo y con Cristo?

• ¿Quién es Cristo para nosotros?

• ¿Dónde lo encontramos en la vida monástica? E incluso, ¿dónde creo que lo encontraré en la vida monástica?

La respuesta a estas preguntas puede revelar mucho sobre nosotros y nuestras comunidades. Así Cristo se convierte el monje ideal para nosotros. Así nuestra vida monástica es la de irnos configurando con Cristo. La tradición monástica nos entrega una forma particular, a través del Espíritu Santo, de imitar a Cristo y de permitir a Dios que trabaje y se mueva en y a través de nosotros. Aquellos que sirven en este continuo, desde el siglo IV hasta nuestros días, desean vivir como Dios quisiera para nosotros en su abundante gracia y amor, y serán el ejemplo para todos los cristianos. Los monjes sólo eligen hacer esto con una intensa conciencia de servir a Dios en el contexto de una comunidad sirviendo bajo un abad, una regla y el Evangelio. Pero la vida Cristiana es la base para el desarrollo de esta conciencia. Nuestra vida cristiana no puede estar separada de nuestra vida monástica. Por lo tanto, nos atrevemos a personificar a un auténtico y celoso cristiano.

 

Viviendo la promesa bautismal

Nuestro Bautismo nos liga a Cristo, para algunos desde muy temprano y para otros un poco más tarde en la vida. Esto significa que estamos marcados como propiedad de Dios, sellados en la vida y enseñanza de Cristo así, Él se convierte en nuestro modelo. Él es la prueba de fuego para aquello que hacemos y decimos.

 

Encontrando la Palabra de Dios

Cristo es la Palabra de Dios. Éste es el título dado a Él. Ignorar las escrituras, es ignorar a Cristo. Una relación con Dios es el punto de partida para encontrarse con su Palabra. Debemos estar dispuestos a interactuar con Dios, a escuchar su Palabra y a responder cuando se nos pregunta.

 

Oración

La vida monástica tiene una teología definida, el modo a través del cual encontramos a Cristo y desarrollamos nuestra oración. Si necesitamos aprender a rezar, miramos a Cristo como nuestro Maestro y ejemplo. Él es el mayor experto en oración. En todos los hitos importantes de su vida, Él se aparta a un lugar solitario a rezar. Nosotros también podemos traer la oración a los hitos de nuestro itinerario monástico de convertirnos en imágenes de Cristo.

 

Fe

La vida monástica es más una disposición interior. Nuestro comportamiento exterior es un reflejo de la transformación que ocurre en nuestro interior. Como monjes, podemos guiarnos unos a otros, especialmente en la formación inicial, hacia un camino de exploración de la vida monástica en Cristo. La vida monástica es un continuo volverse a Dios como fuente de vida. Nuestra fe debe ser una experiencia vivida. Debe tener un significado específico para nosotros y no ser sólo una idea teológica o doctrinal. Nosotros nos auto-evangelizamos a través de nuestra fe. Creemos en una relación con Cristo. Confiamos en la Palabra y la seguimos.

 

Los otros sacramentos

A través de la fe, los sacramentos nos revelan su significado. Ellos construyen nuestra relación con Cristo y nuestra comunidad. Expresan la vida unida a Cristo. Recíprocamente, la vida monástica es la vida sacramental en el camino comunitario e individual. Vivimos los sacramentos en este caminar, entre nosotros y en nuestro interior volviéndonos a Dios. Todo está basado en nuestra relación con Cristo.

 

El lugar del Espíritu Santo

Los monjes son portadores del Espíritu. Somos marcados por el Espíritu de Cristo en nuestro bautismo. No solo confiamos en la Palabra a través del Espíritu, sino que lo tenemos dentro de nosotros. Y al ser portadores del Espíritu, también lo somos de la cruz. Nuestra vida monástica está intrínsecamente entretejida con el Misterio Pascual. Vivimos este misterio en nuestra vida diaria. Cristo nos dio su Espíritu en su muerte y resurrección. Así que nosotros también debemos tomar nuestras cruces y seguirlo.

 

Ser de Cristo

Todo lo que hemos descrito acerca de vivir una vida cristiana es para mostrar que nuestra relación con Cristo, es tan íntima y cercana que no podemos estar sino en la presencia de Cristo. Somos de Cristo. No podemos escapar a este hecho o distanciarnos de esta realidad. Los monjes abrazamos a Cristo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y toda nuestra alma y somos consumidos por su enseñanza y su vida.

 

De la Teología a la Acción (RB P, 20)

Benito describe la comunidad como una “Escuela del Servicio Divino” (RB P, 45). La clase de escuela que Benito está describiendo es el taller, donde las habilidades de un oficio pueden ser pulidas y perfeccionadas. El trabajo espiritual de la vida monástica debe moverse desde la teología a la acción. ¿A qué se parecería la disposición interior en la práctica? En el prólogo de su regla, Benito también escribe: “¿Hay algo más dulce para nosotros, hermanos carísimos, que esta voz del Señor, que nos invita? Mirad como el Señor, en su bondad, nos indica el camino de la vida. Ceñidos, pues, nuestros lomos con la fe y la observancia de las buenas obras, tomando por guía el Evangelio, sigamos sus caminos, para que merezcamos ver a Aquél que nos llamó a su Reino” (RB P, 19-21). Para buscar respuestas a la pregunta anterior, nos volvemos a Dios. De nuevo, nuestro punto de partida está en la preferencia de no anteponer nada al amor de Cristo. Queremos vivir como vive Cristo. Queremos actuar como actúa Cristo. Así, nuestra iniciación en la vida monástica es en una vida en Cristo con la probada guía de la Regla de San Benito. Transmitimos esta vida a aquellos que recién llegan a través de nuestra enseñanza y nuestra acción. Por ejemplo:

• Si vamos a tener el Evangelio como nuestro guía, la lectio debe ser usada y practicada, nuestra vida monástica debe ser vivida desde una constante práctica de la lectio. Nuestra lectio debe ser una experiencia de vida.

• La liturgia es vida para nosotros porque es vivida en Cristo. Es la comunidad reunida en oración. Nuestra liturgia debe hacerse realidad en cómo vivimos nuestra vida comunitaria.

• La comunidad es nuestra vida en comunión. Desarrollamos nuestra relación con el otro, tanto como desarrollamos nuestra relación con Cristo, y esa relación debe ser importante durante nuestra vida monástica.

• Nuestro trabajo es nuestra misión. Es nuestro apostolado.

• Finalmente, la conversión debe ser una experiencia interior. La conversión es una transformación en lo más íntimo de nuestro ser y debe reflejarse en nuestro modo de vivir en Cristo. Nuestra conversión es vista por otros, algunas veces para nuestra sorpresa.

 

becosa14Lectio

Escuchar se convierte en el primer paso en una relación con Dios. Es el paso esencial en la iniciación de la lectio divina. La lectio debe ser una de las actividades primarias en un monje, porque nos permite “escuchar con el oído del corazón” (RB P1). En nuestra práctica de la lectio desarrollamos la fe y la confianza en que la Palabra de Dios es Espíritu y Verdad. Esta confianza es la que permite que la Palabra nos mueva y transforme. Escuchamos y actuamos en fe, por lo que Dios nos dice en la Escritura.

La práctica de la lectio es “buscar el corazón de Dios en la Palabra de Dios” (san Gregorio Magno). Es a través de la Escritura que podemos conocer al Dios que nos ama. Leemos lenta, metódica, cuidadosa y repetidamente para encontrarnos con Cristo, y aprendemos como lo haría un discípulo de Cristo. Así somos enseñados, inspirados, fortalecidos y desafiados por el Evangelio que se transforma en parte de nuestro camino, enfrentando realidades y dones. El prólogo de la Regla, el capitulo 73, los capítulos sobre la lectio, la obediencia y aquellos sobre la Opus Dei nos pueden proveer de una efectiva espiritualidad de la Palabra.

Sin embargo, nuestro itinerario con la Biblia no es un camino solitario. Debemos compartir la Palabra con otros. Siempre que podemos, intentamos completar nuestras ideas con un texto de la Escritura.

 

Liturgia

La Liturgia en el contexto monástico es una liturgia viva, no solo un cumplimiento o una rutina obligatoria. Es para nosotros una escuela de oración. Imitamos a Cristo en nuestra oración con Él. Ya que Él mismo usó los salmos en su comunicación con Dios, especialmente en su grito en la Cruz (Sal 22[21]). El Misterio Pascual está vivo en nosotros a través de nuestra alabanza conjunta en comunidad.

Por lo tanto, debemos aprender a rezar a través de ella, participando activamente en lo que decimos y hacemos juntos como comunidad. La preparación y la reflexión se tornan aspectos cruciales en este empeño. La oración privada es el fundamento para nuestro canto de los salmos de modo que nos mantengamos “de tal manera en la salmodia que nuestra mente concuerde con nuestra voz” (RB 19,7). Traer aspectos de la liturgia, especialmente los salmos, a nuestra oración privada puede ser muy eficaz en nuestra vida de alabanza. Los salmos son el centro en nuestro Opus Dei. Como monjes, tratamos de comprender el papel que éstos juegan en cada oficio y en nuestras vidas. Debemos ser capaces de enseñarle a la gente cómo rezar los salmos, cómo deben ser vistos, lo que ellos significan para nosotros y para el mundo. Compartimos y celebramos nuestra fe en el Opus Dei. En la Eucaristía unos con otros y con Cristo, comenzamos a descubrir la belleza del culto participando con nuestro cuerpo en esta alabanza. La liturgia entonces se convierte en un acto sagrado que imita a Cristo y sus enseñanzas. Lo que hacemos como la Iglesia de Cristo es nuestra respuesta a su sacrificio de amor. La comunidad orando junta expresa gratitud al amor de Dios a toda la creación.

 

Comunidad

Cuando cualquiera de estos –esperanza, fe, amor y caridad- están ausentes de nuestra vida comunitaria, nuestras comunidades se hacen disfuncionales. Todas estas características deben estar presentes para que una comunidad esté centrada en Cristo y todo su amor sin distingos. Y, como dice san Pablo, “… la mayor de todas ellas es la caridad ”(1Co 13,13).

Como hemos dicho antes, la vida en comunidad es una vida en comunión, nos solo entre todos, sino con Dios. Es la Eucaristía viva, donde todos actuamos como el Cuerpo de Cristo. La comunidad se vuelve verdaderamente una “escuela del servicio divino” donde todos trabajamos en el oficio de servir a Dios. El servicio no es otra cosa que una expresión de amor.

Todos los capítulos en la Regla de San Benito que tienen algo que ver con los roles en el monasterio –el abad, el mayordomo, el maestro de novicios, el hospedero, los decanos, etc.- reflejan muy de cerca el servicio al que Jesús nos llama con su ejemplo y en el mandamiento nuevo de amarnos unos a otros como Él nos ha amado (Jn 13; RB capítulos: 2, 21, 31, 35, 38, 53, 57, 58, 65 y otros).

La obediencia, y más aún, la obediencia mutua (RB 5, 71) juega un papel fundamental en este servicio. Nos servimos unos a otros en la comunidad a través de la obediencia. Después, comenzamos a ver la voluntad de Dios juntos (RB 3). La Eucaristía es el signo sacramental, en la que se construye nuestra vida comunitaria, así como se crea una teología de la comunidad. El amor, la intimidad, la amistad y el afecto son características de esta clase de comunión. Creemos y confiamos en la unidad de nuestra comunidad, que permite un desarrollo del diálogo y la comunicación. En una comunidad de amor y fe, estamos comprometidos a la estabilidad, una de las tres partes de nuestra promesa monástica junto con la obediencia (RB 58).

Es importante para una comunidad monástica tener un buen conocimiento de su propia historia y ser capaz de aprender de ella, sus logros y fracasos, para facilitar este compromiso. También es necesario que la comunidad tenga un buen conocimiento del lugar que le corresponden a la disciplina y las reglas en la vida comunitaria para facilitar este compromiso. La corrección fraterna es necesaria y saludable, siempre que sea hecha con bondad y conduzca a la reconciliación y el perdón.

El Evangelio es la base principal de la cultura en la comunidad y la Regla de San Benito ofrece un camino probado para vivirlo. Esta es la cultura que hemos aceptado como monjes y monjas. Ninguna otra consideración debiera sustituir esto.

 

Trabajo

Esperamos que el trabajo de nuestros monasterios tenga cualidades de hospitalidad y misión. Es más, como dice Benito, no debiéramos temer ensuciarnos las manos. La labor manual, si es necesaria, es parte de nuestra vida (RB 48, 8). Independientemente, sin importar qué clase de trabajo hagamos, estamos poniendo en práctica otro modo de construir la comunidad. Trabajamos para el desarrollo humano, el de otros y el nuestro. Como trabajadores, somos co-creadores y co-trabajadores para el crecimiento del Reino de Dios.

 

Conversión

La conversión es la tercera parte de la promesa que hacemos en nuestra profesión a la vida monástica. Lo que está involucrado es permitirnos ser gobernados por Cristo, que murió por nosotros, de modo que nos convirtamos en nuevas creaciones en Cristo (1 Co 5, 14-17). El Espíritu Santo no es solo el creador, sino nuestro re-creador. Nos hacemos creaciones nuevas al descubrir el amor de Dios por nosotros, que nos permite amarlo (Jn 4, 19). El crecimiento y el cambio ocurren como resultado de esta efusión de amor en nuestros corazones (Rm 5, 5). Como hemos dicho anteriormente, esta efusión ocurre primeramente en nuestro bautismo. Entonces, acordarnos de nuestra alianza bautismal, nos ayuda a permanecer fieles ante los radicales y necesarios cambios a los que Dios pudiera llamarnos.

La conversión no sólo involucra transformación, sino también humildad. El capítulo 7 de la Regla de San Benito es una excelente guía para abrirnos al impulso y guía del Espíritu Santo en nuestro interior. La humildad en algún momento requiere cambios revolucionarios; a veces, renunciar a nosotros mismos y poner a nuestra comunidad primero en las decisiones que tomamos. Tenemos mucho que aprender unos de otros, especialmente de aquellos que vinieron antes que nosotros e incluso de quienes vienen después. San Benito enfatiza la importancia de consultar a los menores de la comunidad tanto como a los mayores sus opiniones y conocimiento, ya que “muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor” (RB 3, 3). Se necesita humildad para admitir nuestro conocimiento limitado y nuestra necesidad de la comunidad y de Dios.

Así como sucede en la estabilidad, la obediencia y la conversión están íntimamente ligadas, componiendo tres partes de una misma promesa intrincadamente tejida. Benito no los ve como tres votos diferentes, sino como partes de una misma promesa. Los aspirantes que entran a nuestras comunidades deben comprender cabalmente el significado de la promesa y el compromiso real que esta significa para ellos. De aquí la importancia que el aspirante lea el capítulo 58 completo en repetidas ocasiones. El discernimiento es un importante prerrequisito de conversión. Es un anhelo de la “leche espiritual pura”, de modo tal que el crecimiento hacia la salvación pueda ocurrir (1P 2,2). Algunos documentos pueden ayudar a entender este compromiso.

• El Rito de la Iniciación Cristiana para Católicos Adultos indica un camino para re-comprometerse con su vida cristiana a través de los ritos bautismales.

• La Alianza Bautismal en el Libro de Oraciones de la Iglesia Anglicana de África del Sur o el Libro de la Oración Común para la Iglesia de Inglaterra o la Iglesia Episcopal de Estados Unidos puede ser otra importante fuente.

Esta Alianza nos recuerda las promesas que nosotros, o alguien hizo por nosotros para nuestro bien, en nuestra iniciación en la Iglesia Cristiana. Nuestro voto monástico es un cumplimiento más profundo de nuestro bautismo. De este modo, la formación para la vida monástica ocurre incluso en la etapa de aspirante, posiblemente requiriendo de alguna catequesis así como de los valores monásticos. Un buen cimiento cristiano es vital para la vocación del aspirante.

La conversión también incluye varios otros aspectos de nuestra vida en comunidad:

• El sacramento de la Reconciliación no es solo un modo de limpiar nuestra impureza, sino que también es una oportunidad de conversión.

• La corrección fraterna, nuevamente, puede ser una eficaz fuente de conversión siempre que se haga con bondad.

• Adicionalmente al capítulo 7, el capítulo 4 de la Regla de San Benito expone con claridad las “instrumentos” de conversión para nosotros. Este capítulo puede enseñarnos mucho sobre cómo obtener la “leche espiritual pura” que tanto anhelamos.

• El desarrollo humano y espiritual debe contribuir a nuestro crecimiento hacia la salvación. Cuando crecemos, lo hacemos como seres humanos integrales.

• El auto-cuidado puede no ser una herramienta de conversión obvia, pero debemos estar con suficiente energía para estar conscientes y atentos para ser monjes. La vida monástica es una vida de conciencia. Los malos hábitos no son vivir conscientemente.

 

becosa14grpLa preocupación de buscar a Dios

En el capítulo 58 de la Regla de San Benito, se nos dice que los aspirantes no deben ser admitidos con facilidad en la vida monástica. Debemos “examinar los espíritus, si son de Dios” (RB 58, 1-2; Jn 4, 1). Estas declaraciones nos muestran cómo san Benito quiere que seamos con la formación de nuestros aspirantes. Él también dice: “se les asignará un anciano que sea capaz de ganar las almas, que velará por ellos con la mayor atención. Y tengan cuidado en observar si de veras busca a Dios, si es solícito para la obra de Dios, la obediencia y las humillaciones” (RB 58, 6-7). Los formadores en nuestras comunidades tienen una muy importante, y en casi todos los casos, una gran responsabilidad en la vida monástica. Benito es muy claro al referirse a esto en el capítulo 58 de la Regla. James Otis Sargent Huntington, el fundador de la orden de la Holy Cross, escribe en su regla que el futuro de la comunidad está en las manos de ellos (Regla de James Otis Sargent Huntington, Cap. 32,146). El formador no solo enseña con palabras, sino, por sobre todo, con el ejemplo. Él o ella modelan para el novicio cómo es una vida de búsqueda de Dios. Los rasgos más importantes de la formación no aparecen en “la sala de clases”, sino en el acompañamiento espiritual activo y en la guía del tutor del novicio.

Pero también es importante darse cuenta de que la comunidad debe promover un ambiente en el que la buena formación pueda ocurrir. La comunidad es tan modelo para el postulante como lo es el formador. Y por lo tanto, una comunidad de formación es aquella en la que todos pueden ser vistos como buscadores de Dios. En un sentido, todos somos una comunidad en formación constante, formación en la tradición monástica. La formación no acaba con los votos permanentes. El aprendizaje continuo, creciendo y desarrollándose como un grupo de hombres y mujeres que viven en unión, es como mejor podemos ganar las almas de aquellos que vienen a nuestras comunidades y de aquellos que entran en contacto con nosotros. En otras palabras, debemos ser todos juntos imitadores de Cristo.

Más adelante hay una lista de “imprescindibles” para la formación en la tradición monástica de la que todos podemos estar en conocimiento como monjes y monjas, siendo empapados en esta muy antigua, rica, vital y siempre vibrante forma de vivir. Algunos de estos puntos han sido tratados en detalle anteriormente, y están agrupados en categorías muy generales con una pequeña introducción.

 

Comunidad y relaciones

La persona en formación debe aprender a desarrollar relaciones y debe comprender qué significa vivir en una comunidad en particular. Crear un lazo entre ambos requiere una considerable cantidad de sacrificio por parte del candidato y de la comunidad. La comunidad adquiere un papel de guía en cómo esto puede ser establecido y puede ayudar al aspirante a aprender. Esto lo hacen cuando son dignos de ser imitados. Proveen modelos tanto como formas de enseñar a quien se forma. La comunidad debe involucrarse en este proceso. Los aspirantes deben aprender a escuchar, a amar a sus hermanos y hermanas, a aprender de los otros y de su ejemplo y deben mostrar preocupación por las indicaciones y tendencias de la comunidad. Es una relación en dos sentidos, por lo tanto, el diálogo es fundamental. Esperamos que los postulantes y novicios serán capaces de buscar a Dios en la comunidad, en su vida, en sus miembros y en sus relaciones con la comunidad. El postulante y la comunidad deben comprometerse conjunta y fielmente en este proceso.

1. Escuchar, escuchar, amar, amar – escuchar con el oído del corazón es el cimiento de la vida monástica.

2. La comunidad debe estar centrada en Cristo.

3. La vida comunitaria es fundamental en las primeras etapas de la formación.

4. Todos debemos estar dispuestos a aprender unos de otros.

5. Buscamos a Dios en la comunidad.

6. Nos preocupamos unos por otros.

7. El formador no es el único que está preocupado por el alma del postulante. La comunidad es también quien forma.

8. El diálogo (ver la introducción más arriba).

9. Compromiso a la vida en comunidad y al sacrificio (ver la introducción más arriba).

10. Cuando llegamos juntos a ser comunidad, llegamos a ser quienes somos. La falsa piedad no tiene lugar en una relación real o en la tradición monástica.

11. Los miembros de la comunidad deben ser imitadores de Cristo (ver la introducción más arriba).

12. Cuando compartimos la alabanza, vivimos nuestra liturgia (ver sección sobre liturgia más arriba).

13. La comunidad debe ser un lugar santo, de sacrificio, lugar de sacrificium (hacer santo).

 

Las cualidades de los postulantes a nuestra vida comunitaria – prerrequisitos.

Como hemos dicho, la vida monástica es no anteponer nada al amor de Cristo. Esta preferencia moldea cómo uno vive. Si tenemos el amor perfecto de Dios, Él expulsara el temor. Esta frase es usada particularmente en el capítulo de la humildad, un valor monástico distintivo que marca todo el ser de quien vive esta opción. Cristo es el siervo humilde que “se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo, asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre; y se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,7-8). Podemos buscar esto mientras observamos a nuestros novicios y postulantes crecer en la tradición. El capítulo 58 también describe las cualidades que debemos buscar en los postulantes.

1. ¿Hay un anhelo o deseo de Dios? ¿El postulante busca a Dios con todo su corazón, alma y mente?

2. ¿Tiene esta persona una visión integrada sobre la vida? ¿Es él o ella conocedor o está interesado en conocer sobre su desarrollo espiritual y humano?

3. ¿Busca el candidato a Dios en la comunidad? (ver secciones de la comunidad más arriba).

4. ¿El postulante establece una relación amorosa y definitiva con Cristo resucitado y lleva a los otros a un diálogo de encuentro?

5. Compromiso a la vida en comunidad y sacrificio (ver secciones de la comunidad más arriba).

6. ¿La Palabra se trasluce en la vida de la persona?

7. ¿La persona anhela y es capaz de conversión?

8. ¿La persona en formación está cómoda con quienes está? ¿Se encuentra con la comunidad de este modo? ¿Hay una falsa piedad en la persona?

9. La persona debe querer imitar a Cristo y mostrar signos que esto está ocurriendo en su interior.

10. Deben entender de dónde viene la persona.

11. ¿Entiende el postulante el significado y propósito de la vida monástica?

12. ¿Está abierta la persona en formación a cambiar y aprender?

13. ¿Quién es Cristo para esta persona?

14. El postulante amará la oración y se inclinará hacia ella.

15. El postulante debe amar la Palabra.

 

Los imprescindibles del formador-el arte de ganar almas

Las coincidencias entre las cualidades a buscar entre quienes se están formando y las que el formador encontrará esenciales, tanto de poseer como de cultivar en ellos, son sorprendentes. No estamos tratando de hacer de nuestros postulantes y novicios copias al carbón de nosotros mismos, ni tratando de crear robots de otros miembros de la comunidad. Si es así, nuestros egos están demasiado involucrados en el proceso de formación. El verdadero y principal formador es Cristo, a través de la enseñanza del Espíritu Santo, como diría el Papa Benedicto: “La educación se convierte en una maravillosa misión si se hace en colaboración con Dios, quien es el primer y verdadero educador de todo ser humano”. El Papa Benedicto dice esto en relación al bautismo. El niño es educado en “el sacramento que marca la entrada a la vida divina, en la comunidad de la Iglesia”. Le dice a los padres: “Podemos decir que esta fue su primera decisión educativa para sus hijos como testigos de la fe: ¡la decisión fundamental!” (Papa Benedicto XVI, Homilía para la Fiesta del Bautismo de Jesús, hecha en la Ciudad del Vaticano el 9 de enero de 2012)

Estamos educando a nuestros formandos para vivir su bautismo nuevamente, para recordar quiénes son y de quién son. La vida monástica puede ser vista como una manifestación más profunda y una expresión de la vida en Cristo dada por el bautismo. Si vamos a ser formadores/educadores, debemos recordar quién es realmente quien hará la formación. Y, por lo tanto, no estorbar. Para ser capaces de hacer esto, debemos estar ansiosos de ser nosotros formados por Cristo. Debemos ser moldeables en el trabajo redentor de Cristo. El Papa Benedicto escribe: “Como adultos, tenemos el deber de sacar de buenas fuentes, tanto para nuestro propio bien como para el de aquellos que nos fueron confiados.” (ibíd.)

Esto es especialmente cierto para los tutores de novicios. Debemos sacar de Cristo, de la Palabra y de los Sacramentos de la Iglesia. Necesitamos “nutrirnos de estas fuentes, de modo que ellas puedan guiar a los jóvenes en su crecimiento”. Para poder dar, tenemos que recibir y buscar la Palabra de Dios en la vida de la comunidad, en nuestra oración y en la formación que hacemos. Y, más que nada, buscamos imitar a Cristo, ser imagen de Cristo mientras enseñamos a nuestros postulantes y novicios a hacer lo mismo.

1. Los formadores deben ser imitadores de Cristo.

2. Los formadores se acercan a nuestros novicios tal como son, abandonando cualquier tipo de falsa piedad.

3. ¿Pueden ver nuestros postulantes y novicios la conversión que está ocurriendo en sus tutores?

4. ¿Vivimos y modelamos la Palabra a los aspirantes?

5. ¿Tenemos un compromiso hacia la vida comunitaria y el sacrificio?

6. Los formadores deben establecer una relación amorosa y definitiva con Cristo resucitado.

7. ¿Estamos buscando a Dios en la comunidad?

8. ¿Cómo entregamos un mensaje integrado sobre la vida?

9. ¿Tenemos especialmente el anhelo y deseo interior por Dios?

10. Debemos asegurar la buena disposición e idoneidad de los candidatos. Debemos tener mucho cuidado en esto y consultar con otros expertos cuando lo necesitemos.

11. El acompañamiento es guía y compañía, pero también es aprendizaje de nuestro compañero de viaje.

12. Los formadores deben comprender de dónde viene la persona.

13. Los formadores deben poseer un conocimiento bueno y sólido sobre el propósito de la vida monástica.

14. Los formadores deben crear un ambiente que permita que el noviciado sea un lugar de sacrificium (hacer santo) en la comunidad.

15. Los formadores deben estar abiertos al cambio y aprender, especialmente, de aquellos a quienes están formando.

16. ¿Quién es Cristo para nosotros como formadores?

17. Debemos poseer y fomentar el amor a la oración.

18. Debemos poseer y fomentar el amor a la Palabra.

 

El propósito de todo

El propósito de ser guiados y conducidos por la tradición monástica es ser verdaderamente reflejos de Dios y ser sensibles a su presencia en nosotros. Así la vida monástica se convierte en un auténtico testimonio de vida cristiana. En otras palabras, la vida monástica no es otra cosa que vivir la vida cristiana seriamente, con integridad.