Por Madre Cecilia Aoki, Tenshien

EXPERIENCIA DE FORMACIÓN COMO LA TRANSMISIÓN DE VIDA

AokiEn Japón hay un dicho : “los niños se crían viendo la espalda de sus padres”. Creo que otros países asiáticos comparten el mismo modo de pensar. Este proverbio implica que “la formación de una persona no es algo que se haga de acuerdo con una teoría, sino de acuerdo con un modelo. La persona mira al modelo, lo estudia, lo acepta e imitando el modelo se anima y desarrolla. Es una expresión de cierto conjunto de valores. Utilizaré esta visión tradicional de la educación en Asia como base para compartir mi experiencia personal de “transmitir vida”.

Creo que todos recordarán que el 11 de marzo, a las 2:46 de la tarde, un terremoto tremendo, de magnitud no inferior a 9.0,  sacudió la zona oriental de Japón, es decir, una zona que incluye a Hokkaido, que abraza la mitad de la parte oriental de Japón. A continuación de este terremoto, un enorme tsunami con olas de hasta 15 metros invadió el área costera. El tsunami llegó a la central nuclear de Fukushima, situada en esa zona, y en unos instantes quedaron destruidos los edificios y el equipamiento, sumiendo no sólo al Japón sino a todo el mundo en alarma nuclear. Como Japón es un país con frecuentes terremotos, hay previstas determinadas precauciones, pero esta vez el tamaño del terremoto y la altura de las olas del tsunami superaron todas las previsiones. En cuestión de unos instantes el tsunami destrozó las ciudades costeras, con unas olas de hasta 10 metros de altura y una marea de 2000 metros. En ese momento, también nosotras sentimos por tres veces en nuestro monasterio los temblores de un gran terremoto. Encendí la radio para escuchar las “noticias rompedoras” del terremoto. La radio anunciaba una y otra vez: “Se ha producido un gran terremoto y dentro de 10 minutos habrá un gran tsunami; huyan cuanto antes a lugares altos”. Todos sabéis lo que sucedió inmediatamente después de eso. Mi charla sobre “proteger y transmitir vida” consistirá en una modesta aportación de lo que sentí y aprendí durante ese tiempo en el que Japón luchaba desesperadamente “para proteger y transmitir vida”.

En realidad, cuando supe por vez primera sobre el tema del Capítulo General, lo 1º que me pregunté fue: “¿Qué vida es ésta que transmitimos?” Ahora, respondería así. La vida que transmitimos es “la vida de Cristo”. Más allá de nuestras limitaciones, debilidades y sufrimientos, la pura gracia de Dios vive en nosotros, es decir, la vida inmortal e imperecedera de un hijo de Dios. Es la vida de Dios que mora en nosotros, el cuerpo de arcilla de la persona humana hecha a semejanza de Dios, y ésta es la vida que protegemos, cuidamos y transmitimos.

Proteger la vida

Las que siguen son las 4 condiciones que he experimentado para “proteger la vida”. En primer lugar, enseñar, instruir, ordenar. En 2º lugar, escuchar, recibir, seguir y actuar. En tercer lugar, unir todas estas condiciones para que, al final, 4º, haya “confianza” mutua. La confianza es un elemento importante, porque si hay desconfianza, duda, vacilación o rechazo entre las dos partes, se extinguirá “el lazo de amor”, lo que equivale a la posibilidad de muerte. En el caso del tsunami, golpeó la costa apenas unos minutos después de que se diera el aviso de evacuación. Se acercaba hinchándose, no una, sino varias veces. Cumplir rápidamente las instrucciones sin dilación fueron las condiciones para sobrevivir. En otros desastres que ha sufrido Japón, al mismo tiempo que se producía el terremoto, se transmite por radio y TV durante 24 horas toda la información de que se dispone. Inmediatamente se difunde por los medios, por ejemplo, “dónde y con qué magnitud se han producido las réplicas, si existe la posibilidad de que se produzca un tsunami, qué tenemos que hacer en dicho caso, qué no debemos hacer, cómo tenemos que comportarnos, etc”. La supervivencia de quienes escuchan estas informaciones depende de que sigan o no estas instrucciones. Por otro lado, pedimos a quienes proporcionan la información, instrucciones detalladas sobre cómo debemos proceder. Ni que decir tiene que corresponde, a quienes proporcionan toda esta información, mucho conocimiento previo, experiencia, material seguro y juicio bien formado.

Cuidar la vida

Esto es personal, pero recuerdo una conversación que tuve con mi padre cuando era joven. Fue una conversación sobre los caracteres escritos en japonés para “padre”.

Ahora Dede, (Dede es mi apodo). Los  caracteres japoneses para padre se componen de tres partes, “árbol”, “ponerse de pie”, y “ver”. Entonces un padre japonés debe ponerse de pie sobre un árbol, observar a sus hijos desde arriba, enseñarles el modo correcto de caminar y mostrarles lo que hay que hacer. Y si hay peligro, bajarse para salvarte. 

La vida se nutre en el suelo del amor. Vida, pienso, es cuando alguien te mira con amor, saber que hay alguien que siempre mira por ti, y crecer aceptando seguir a esa persona. El significado de los caracteres en japonés de “vida” es lo que Dios da a aquellos que le rezan y esperan en él. “Cuidar la vida” significa buscar la voluntad de Dios, escucharlo y seguir su voluntad repetidamente.

Transmitir la vidajapon

En el último desastre aprendí que nada hay que pueda destruir la verdad de que el hombre ha sido creado a imagen de Dios y, como tal, está protegido por la mano de Dios. Para mí supuso una nueva oportunidad de reafirmar la pura gracia de Dios. A medida que se iba desarrollando el desastre de Japón, me daba cuenta de que la excelencia del ser humano es algo que está en la base de su propia naturaleza. Desde el día del desastre, gente de todo el mundo estuvo junto a nosotros en esta tragedia. En Japón especialmente, todo el mundo estuvo junto a las víctimas, cumpliendo su papel con toda su energía, apoyándose y ayudándose mutuamente. Fue toda una agradable sorpresa constatar la respuesta de lo más granado de los jóvenes. En medio de la dureza de unas circunstancias extraordinarias, vimos el esfuerzo voluntario por obtener agua y electricidad, la aceptación de la escasez, llevando con paciencia las molestias, sintiéndose de corazón cerca de las víctimas y en la oración, y la buena intención de averiguar lo que cada uno podía. Por otro lado, los niños que veían y oían lo que se producía en la sociedad, lo recibieron y lo imitaron, comenzando a buscar su propio modo de vida. Esta vez, la tragedia de Japón, con sus tres grandes desastres, producidos al mismo tiempo, el terremoto, el tsunami, y el peligro de la central nuclear fue, en cierto sentido, un acontecimiento que sacudió los fundamentos de la existencia humana. La experiencia del grandísimo miedo, el profundo dolor, la inconmensurable ansiedad supuso una experiencia de la pequeñez e impotencia del ser humano. A pesar de lo cual, lo que sentimos durante todo este tiempo fue que “latiendo en el seno de esta pequeña, débil y triste humanidad sale a borbotones un poder inmenso”; es decir, reafirmamos la energía que late en la persona redimida, por deformada que esté por el pecado: la solemne presencia de la imagen de Dios, el poder sobrenatural que se manifiesta inherente a los hijos de Dios. Pienso que esta es la convicción que debemos transmitir.

La vida, cómo vivir la propia vida, se transmite mirando e imitando repetidamente. En este sentido, la transmisión de nuestro modo particular de vida, depende de cómo, cada uno de nosotros, llamados a una vida monástica escondida, vivimos con sinceridad nuestra propia vida. Creo que la transmisión de la vida a las siguientes generaciones se da por su deseo de vivir repetidamente mirando y estudiando, recibiendo e imitando.