Dom Médard Kimengwa Kitobo, OSB

Monasterio de Lubumbashi, Kiswishi (RDC)

 

EL MAYORDOMO SEGÚN LA REGLA DE SAN BENITO
Un Padre para toda la comunidad, como Abad y con el Abad

Conferencia realizada en la reunión de MAC por Dom Simon Madeko

 

¿Por qué debería interesarnos el espíritu y la motivación que debe animar el comportamiento del mayordomo en una comunidad monástica de tradición benedictina?

Pertenecemos a un mundo que tiene una concepción de la economía que no está necesariamente en armonía con nuestro ideal monástico o con los ideales cristianos en general. El problema es que en el fondo somos herederos desde Platón, a través de la cultura griega, de una antropología (una visión de la humanidad, de lo humano) dualista, es decir, negativa. Es una concepción del hombre que disocia cuerpo y mente, determinando la concepción actual de la economía que es una simplificación a ultranza, hasta el punto de ser caricaturesca.

Esta concepción hace una separación tajante entre vida económica (temporal) y vida espiritual. En consecuencia, el superior religioso, abad/abadesa o prior/priora en nuestro contexto benedictino, es la persona que tiene a su cargo exclusivamente el cuidado de las almas sin relación con la vida material y temporal (todo lo que se refiere a la producción de bienes, la provisión de los medios para lograrlos, su venta y su distribución, así como su gestión), que sería el dominio exclusivo del tesorero, del mayordomo.

Pero en el contexto de la espiritualidad benedictina, ¿es cierta, esta concepción de que el superior religioso no tiene nada que ver con la vida material como el mayordomo no tiene nada que ver con la vida espiritual? ¿Encontraríamos entonces normal que este último sacrifique horas de oración u otras actividades espirituales para cumplir con sus tareas administrativas y de otro tipo? Esta concepción es simplista y distorsionada.

Esta caricatura no podría estar más lejos de la verdad particularmente en el contexto de la Regla. No hay separación entre las dos autoridades. Concretamente, en la Regla, el abad no sólo se identifica por su papel en los asuntos espirituales, sino por todo lo que toca a la persona humana, incluida su vida material. Por supuesto que debe preocuparse por la vida material, sin la cual no puede desarrollarse la vida espiritual. La vida monástica presupone una vida material decente para desarrollarse. Si el abad ha de engendrar hijos que puedan conformarse a la voluntad de Dios, su Padre, debe velar por las condiciones materiales necesarias. ¿No decían los antiguos que es necesario un mínimo de bienestar para la práctica de la virtud?

Según la Regla, al mayordomo le corresponde fundamentalmente cuidar de la vida temporal (económica) de todo el monasterio (RB 31,1). San Benito no se detiene en esta formulación de su misión. Indica también el espíritu que debe caracterizar su gestión de lo temporal. Concretamente, san Benito dice que el mayordomo debe actuar en colaboración con el abad, debe ser “como un padre para toda la comunidad” (RB 31,2). Esto es muy importante. Padre como lo es el abad, por lo que su misión es también espiritual. Comparte con el abad el ejercicio de su misión. Como padre de todo el monasterio, al igual que el abad, el mayordomo participa en el ejercicio de su ministerio en la generación de hijos para Dios, que es la primera misión del abad. Por eso el mayordomo tiene también la misión de cuidar las almas de los hermanos en el monasterio. Si no tiene nada que dar, responderá con una buena palabra (RB 31,7, 13). No se trata de rehusar por rehusar, sino de hacer que los hermanos sean engendrados a la vida del Espíritu.

MadekoKoubri2019El mayordomo debe actuar como el abad. Debe tener en cuenta a las personas y trabajar en estrecha colaboración con el abad. En el ejercicio de su cargo no debe hacer nada sin la orden del abad y debe únicamente poner en práctica lo que él ha mandado (RB 31,4-5; 12.15). Si el mayordomo está en esta dependencia con su abad, su obediencia es para que en el monasterio reine la paz. Deberá dar cuenta si no hay armonía. (RB 31,9, 16).

El estilo de vida o de espiritualidad que implica el tema económico en el monasterio debe orientarse principalmente al cuidado de la persona, visión sagrada de las cosas. El mayordomo tiene instrucciones de tratar los bienes del monasterio como los vasos sagrados del altar (RB 31.10) y de vender lo que se produce sin codicia (RB 57,4-8).

En otras palabras, lo importante en la actividad económica del monasterio no es la ganancia material sino el bienestar de la persona en la búsqueda de Dios. Los que tienen que ver con la organización material del monasterio necesitan considerar la primacía de la persona sin sacrificarla en aras de la eficiencia económica o de la economía como tal. Las medidas que tomo y las acciones que realizo, ¿contribuyen al desarrollo de la persona y a la paz y armonía de la comunidad?

Habiendo creado al hombre a su imagen y semejanza, Dios quiere que esté orgulloso, porque Dios encuentra su gloria en el hombre y en su dignidad (cf. San Ireneo de Lyon). Todos los comentaristas de la Regla de San Benito reconocen unánimemente que lo que hace que su actualidad sea permanente es que se adapta a cada persona en interacción con la comunidad. Todo el horizonte de la Regla es la dignidad humana, en la que Benito concibe la vida monástica como una empresa de conversión, el trabajo de retorno a Dios por el camino de la obediencia tras la renuncia a la propia voluntad (RB Prólogo 2-3, 8).

La necesidad de una espiritualidad con este horizonte de atención a la naturaleza humana se manifiesta en una corriente económica, la 'economía social de mercado'. En cambio, la preocupación por la persona o la atención al Hombre es la menor de las preocupaciones del llamado liberalismo económico, del «capitalismo salvaje». Si en la economía de mercado hay algún interés por la persona humana, en el capitalismo salvaje el hombre no cuenta, lo único importante es el beneficio. De hecho, como ciudadanos del Congo y participantes en esta sesión en Goma en Kivu del Norte, en los alrededores de Kivu del Sur e Ituri, podemos aplicar esta concepción de la economía a la consideración de la guerra interminable que afecta a las personas obligadas dejar sus hogares por la amenaza de las armas… 'déjalos morir'. Esto no le preocupa a las multinacionales y sus gerentes que son sus lacayos. El hecho de que el embajador italiano fuera sacrificado no afecta a sus intereses. El mundo puede conmoverse por un momento al ver levantado un pequeño rincón del velo que cubre los horrores de esta guerra infame, pero inmediatamente después vuelve el silencio impuesto por el dios Mammón, al que sirven los nuevos amos del mundo, los controladores de la bolsa Mundial.

Para mantener la debida proporción, podemos considerar que Max Weber es el antepasado de la economía social de mercado, en particular por su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904/5). Allí muestra cómo los países escandinavos, bajo la influencia del protestantismo, han experimentado un funcionamiento de la economía que puso al hombre en el centro. Según él, la ética protestante generó un capitalismo con rostro humano.

Esto permite comprender por qué la economía social de mercado es favorecida por el Magisterio de la Iglesia a través de su enseñanza social desde Pablo VI y su encíclica Populorum progressio (1967). El mismo Pablo VI adoptó una sensibilidad eclesial sobre el asunto, sensibilidad que se encuentra ya en León XIII en su encíclica Rerum novarum (1891) y en Juan XXIII en su encíclica Mater et Magistra (1961). Sus sucesores han continuado caminando en la misma dirección, como se puede constatar en Juan Pablo II (Laborem exercens, septiembre de 1981; Sollicitudo rei socialis, diciembre de 1987; Centesimus annus, mayo de 1991), Benedicto XVI (Deus caritas est, 2005, capítulo 3: Exhortación apostólica Africae munus, noviembre de 2011) y Francisco (Laudato si', mayo de 2015; Exhortación apostólica Querida Amazonia, febrero de 2020). En las diferentes posiciones adoptadas en estas ocasiones sobre, entre otras cosas, los temas que estamos considerando, el Magisterio de la Iglesia trata de animar a los cristianos ya las personas de buena voluntad a tener en cuenta al hombre, su dignidad, abogando por una economía atenta al ser humano. Con todo esto, nos damos cuenta de que el espíritu que debe inspirar su oficio al mayordomo en tiene un sólido fundamento magisterial.

En este contexto, ¿qué espíritu debe inspirar al mayordomo? ¿Cuál debe ser su estilo de vida en el ejercicio de su misión? Como respuesta a esta situación y ligado a nuestro ideal de vida, en la base de nuestra concepción de la economía está la creencia en la divina Providencia. Estamos conscientes de que a veces nuestras inversiones económicas, a pesar de todas las precauciones, no dan la rentabilidad suficiente. Por eso debemos vivir, producir, compartir nuestros bienes y al mismo tiempo permanecer humildes pidiendo ayuda y confiando en la Providencia. Y debemos participar en una toma de conciencia de los retos económicos de la economía capitalista globalizada explotando nuestro poder educador de las masas.

Haciéndose eco de todas estas preocupaciones e inquietudes expresadas por los participantes frente a la economía salvaje, el padre Simon nos despierta con proponiendo lo siguiente:

Ante esta agresión de la economía liberal, ¿por qué no poner en marcha una red de venta de los productos de nuestros monasterios (MAC) cuyas condiciones de producción son respetuosas con el Hombre y el medio ambiente? Fomentar la iniciativa privada, asociarnos entre nosotros y con los demás. ¿Crear una cooperativa? ¡Un circuito ético! Porque con las poblaciones que nos rodean somos víctimas de la economía liberal. ¡Los supermercados nos están estrangulando! Estamos condicionados por la publicidad. Por eso tenemos que seleccionar la información que tenemos que consumir.

Para entrar en este circuito debemos darnos cuenta del potencial de lo que pretendemos poner en el mercado. Deben ser productos de calidad y sobre todo éticos para atraer a los clientes que se inclinan por nosotros como alternativa a los supermercados. En el mismo sentido, para promover la solidaridad dentro del funcionamiento de la economía de nuestros monasterios, podemos pensar también en la posibilidad de una cooperativa de salud para nuestros monasterios del MAC como expresión de nuestra atención a la dignidad humana en nuestra búsqueda por una situación financiera sana. Esto sería un buen ejemplo de nuestro esfuerzo productivo poniendo al Hombre en el centro.

En resumen, nuestra principal preocupación es el espíritu que debe animar a quienes tienen la responsabilidad directa de la gestión de la economía, prevista por Benito, el mayordomo y el abad en particular.

Se trata de entrar en el espíritu de la economía según el padre de los monjes occidentales. Esta es la perspectiva de una economía según el espíritu de la Regla. En esta escuela la economía se basa en una espiritualidad.


La vida Monástica según la Regla de San Benito

San Benito concibió la vida monástica como un camino de conversión, de vuelta a Dios a través del trabajo de la obediencia. Y esto después de la fractura de las ilusiones de la voluntad propia y de la autorregulación (cf. RB Pról., 2-3.8). El destino de este camino de regreso a Dios (cf. RB Pról., 1 y ss) es la vida eterna, o simplemente la vida auténtica, el reino de Dios, la vida en comunión con Dios: la bienaventuranza (cf. RB Pról. ,42, 5.3.10, 7.11; 72, 2.12).

Cuando Benito hace de la 'vida eterna' el 'reino de Dios' o los 'días felices' el final del camino que emprende el monje de regreso a Dios, no está pensando en “fines últimos”; sino una experiencia ya en la vida presente, de armonía vivida con los que comparten la vida del monje en el mismo monasterio. El lugar concreto de la experiencia de esta bienaventuranza y de esta paz es vivir según los mandamientos de Dios, una vida iluminada por la Palabra de Dios. En otras palabras, san Benito pide a los monjes que emprendan este camino dejándose guiar por la Palabra como fuente principal de acción y luz de su paso cotidiano. (cf. RB Pról.. 10-12, 21-22, 25, 29, 33-34, 40).

En conclusión, san Benito quería que la vida monástica fuera como una escuela para aprender a servir al Señor (RB Pról 45) o entregarse totalmente al servicio del Señor.

En la vivencia del ideal evangélico, además de la determinación de hacer de la vida monástica una escuela al servicio del Señor, Benito quería también que la vida monástica fuera un taller en cuyo interior se ejercitara en el arte espiritual (RB 4,75, 78).

El ideal monástico así definido por Benito es responsabilidad del abad. Debe encarnarla y garantizarla, difundiéndola a todos los que con él han edificado la escuela del servicio del Señor y el taller de formación en el arte espiritual.


Perfil y misión del abad según la Regla (RB 2 y 64)

MadekoGedonoSobre el perfil y misión del abad según la Regla las reseñas de los capítulos 2 y 64 se completa con otros: 21-24; 28;31-33; 36; 39-41; 44,47-51, 53-57; 60; 66-68; 70.

El abad, en su calidad de garante del ideal que Benito propone a sus discípulos, tiene la misión de guiar a los monjes que le han sido confiados en la realización del ideal de retorno a Dios. Esto es porque hace las veces a Cristo: por medio de él, Dios engendra, o mejor, reengendra, hijos. No es Cristo, pero hace las veces de Cristo con su testimonio y con su enseñanza, enseñando, pero de una manera particular. La enseñanza no es el problema sino la manera de enseñar. Debe enseñar por su palabra, habitado por la Palabra de Dios. Debe conservar esta Palabra, proclamarla, explicarla, pero sobre todo ilustrarla con su ejemplo, su testimonio de vida, su actualización. Por ejemplo, al corregir a otros se corrige a sí mismo. Necesita cuidar de sus monjes, pero con la condición de que los monjes le abran el corazón, dejando al descubierto sus males espirituales, como por ejemplo sometiéndole lo que quieren ofrecer a Dios durante la Cuaresma, para que lo realicen con su oración y no caigan en la presunción y la vanagloria. Esta forma de paternidad abacial, según san Benito, es herencia de la figura de la paternidad espiritual en la tradición de los desiertos de Egipto y en los orígenes del monaquismo, figura inmortalizada en los Apotegmas.

Para que florezca la vida espiritual de sus monjes, el abad debe prestar especial atención a las necesarias condiciones materiales. Dicho de otra manera, por la vida temporal de la que es principalmente responsable. Los superiores son los principales responsables de la vida temporal de los monasterios que les han sido confiados. Concretamente, san Benito prevé que los monjes duerman en buenas condiciones (RB 22) con un dormitorio para ellos, por ejemplo. También debe velar por la calidad de los alimentos y bebidas (RB 39). ¡Es un realista si alguna vez hubo uno! También debe cuidar de los débiles (ancianos, enfermos y niños cf. RB 36 y 37).
Para los enfermos su cuidado va más allá: Benito prescribe que debe haber una enfermería donde los enfermos deben recibir la atención apropiada (cf. RB 36.7-8). Entre los débiles al cuidado del abad, Benito menciona también a los forasteros, peregrinos y huéspedes. Se le encomienda velar por que sean bien recibidos, especialmente acogidos al cuidado de alguien temeroso de Dios (cf. RB 53,16-22). El tema es que nadie debe quedar fuera del cuidado que el abad brinda al monasterio.

Definitivamente la comunidad en la que el monje debe configurarse con Cristo debe tener todo lo necesario a nivel material (cf. RB 66,6). Tenerlo todo es una propuesta universal. Es una comunidad en la que se deben encontrar diferentes instrumentos para diferentes tareas. Se pide al abad que haga un inventario (RB 32,3). ¿Por qué no pensar en realizar un inventario anual en nuestros monasterios?

El abad debe también procurar que los monjes de su comunidad puedan tener lo que necesario para su trabajo, esforzándose sobre todo por adaptarse a cada persona (cf. RB 2, 23-32; 33, 5).

La misión del abad consiste, por lo tanto, en que todos los miembros estén en paz (RB 34.5). Un mínimo de paz haría de nuestros monasterios un paraíso. Lo que lo hace imposible es nuestro pecado. Todos los miembros, incluso aquellos por los que no se tiene un buen feeling, deben vivir en paz, porque en el seno de la casa de Dios que gobierna el abad nadie debe estar triste ni preocupado (RB 31,19). Cada mañana debe mirar a cada miembro de la comunidad para comprobar el estado de ánimo: ¿está interiormente en paz o afligido? ¿Tiene ella o él problemas?

La salud económica del monasterio es una dimensión importante para el desarrollo de la salud psicológica y espiritual de cada miembro. Es un factor de paz, de armonía para cada vocación monástica. Por eso en la Regla, el abad aparece como administrador de una autoridad superior a la que debe rendir cuentas (cf. RB 2,1; 4.7-8, 20-21). Es el administrador del monasterio en su conjunto en todo lo que toca tanto a la vida material como a la vida espiritual, con una atención particular a cada persona, tratando de adaptarse a cada uno. El abad es administrador de personas antes que administrador de los bienes. Si administra los bienes es sólo porque están al servicio de las personas en su proceso de retorno a Dios. Por lo tanto, las personas tienen primacía sobre los bienes.

Para no apartarse de su misión espiritual, el abad delega su poder en el mayordomo y otros ayudantes, colaborando con ellos. Además de gestor es también maestro de la Palabra de Dios que debe actualizar. Junto con ser un administrador, es un padre en referencia a Cristo, y debe velar por sus monjes, amándolos como Dios ama a sus hijos, cuidando de que tengan pan para comer. En última instancia es un pastor, un médico. Está llamado a tener compasión y cuidado, a cuidar especialmente de los que están en dificultad. Los superiores de las comunidades deben aprender a veces a desvelarse para merecer su papel de padre o de madre. ¡No tiene mérito ser el único perfecto dentro de una comunidad de delincuentes... Juntos debemos llegar al final de la carrera! (cf. RB 72).

La espiritualidad del mayordomo debe esbozarse junto a la del abad por el hecho de que el mayordomo actúa como un padre, imitando a su abad y engendrando hijos para Dios. Según los datos de la Regla, la identidad y la misión del abad que repercuten en la espiritualidad del mayordomo es en relación con la justicia y la paz. Esta espiritualidad quiere que:

• En el mayordomo está patente el temor de Dios, sea virtuoso, revestido de la Palabra de Dios para ser transfigurado por ella, encontrando en ella consuelo y fuerza.

• Debe ser obediente, sumiso, dócil y atento (cf. RB 31,4).

• Debe ser caritativo, solidario, perspicaz, dispuesto a dar un lugar especial a los débiles en la convicción de que los bienes confiados a las personas deben ponerse ante todo a disposición de los débiles. Es un ministerio diaconal de servicio.

• Debe tener una responsabilidad con respecto a las personas y posesiones en el desarrollo de una libertad con respecto a las cosas mundanas, desarrollando también una confianza en la Providencia.

• Debe ser humilde, abierto a la colaboración sabiendo que es un siervo inútil.

• Debe ser honesto.

En el fondo, tanto el mayordomo como el abad están invitados a vivir una espiritualidad de la Cruz. El mayordomo es quien vela por lo temporal para la salvación de las almas. Por este hecho el abad y el mayordomo se vinculan en una colaboración especial en la confianza, la fe, la paz y la armonía.