Hermana Catharina Mazzarelli, ocso
Priora de Nuestra Señora de la Esperanza (Macao)

Visión de la Orden para el siglo XXI

 

Esta reflexión es el fruto de una reflexión comunitaria, basada en la realizada por cada hermana, y luego unificada en un solo documento.

 

Nuestra Misión Evangélica

SrCMazzarelliEl Evangelio nos habla de los requisitos para el seguimiento de Cristo: la primacía del amor de Dios y la necesidad de amar a Dios en nuestro prójimo. Todo tiene sentido en el amor, incluso un vaso de agua, cuando Dios ocupa el primer lugar. Estamos llamadas a dar un testimonio privilegiado de esta constante búsqueda de Dios, de un único e indivisible amor por Cristo y el hermano, y de absoluta dedicación al crecimiento de su Reino.

La humanidad se encuentra perdida en una red de antivalores por la falta de puntos de referencia. Los monjes en comunidad, unidos por el amor de Dios, pueden convertirse en testigos de que esa adhesión a Cristo, puede realmente unificar sus vidas en Dios, integrando todas sus facultades, purificando sus pensamientos, espiritualizando sus sentidos, en el crisol de su perseverancia. A continuación testimonios que hablan que hay esperanza, hay un sentido y que en definitiva, hay Dios. ¿Cómo podemos dar testimonio en el siglo 21?

“Nos encontramos frente a un llamado a la conversión. Estamos en un momento en que estamos llamados a tomar conciencia de nuestra situación, para buscar las raíces espirituales de nuestros problemas, paras reconocer nuestra faltas y hacernos preguntas… Nuestra motivación en la transmisión del carisma cisterciense a las nuevas generaciones necesita ser más fuerte que el deseo de comunidades individuales para sobrevivir a la presente situación”. (Cf Conferencia del AG en el CG de 2014)

Encontramos una sólida meditación a esta llamada a la conversión para un mayor compromiso, en la Carta de Pentecostés 2017 de Dom Mauro Lepori, OCist:

“Las dificultades e infidelidades en la vida Monástica son a menudo el resultado final, a veces trágico, del rechazo a vivir nuestra vocación: aceptando, por Cristo, renunciar a los bienes, afectos, proyectos personales, conveniencias y orgullo personal… Cristo no pide otra cosa más que aquello a lo que nos ha llamado: la renuncia a nosotros mismos y a todo por Él. Y eso es lo que repara y reconstruye nuestra casa, nuestra Orden e incluso nuestra sociedad en ruinas…La renuncia en orden a corresponder al amor de Cristo, no es nunca negativa…porque nos abre al don de la libertad de amor, al ofrecer nuestra la vida. Y esa es la verdadera perfección., el cumplimiento de cada vida y cada vocación…Jesús nunca pide nuestra renuncia excepto en orden a preferirle a Él, el Señor de la Vida…”

Encontramos algunos puntos en la Visión Global de la Orden del Capítulo General 2002, que aún hoy son relevantes:

“Dios quiere trabajar a través nuestro para que podamos ser la encarnación de su amor en el mundo de hoy” Dios quiere estar presente en el mundo, en y por medio de nosotros. ¿Cómo nos dejamos utilizar por Dios en este momento de la historia? ¿Somos conscientes de nuestra misión? ¿Cómo estamos encarnando el amor de Dios en nuestras comunidades? ¿Cómo comunicamos ese amor a aquellos que nos rodean?

En Vultum Dei Quaerere la Iglesia nos dice lo que se espera de una Orden Contemplativa:

“Sed faros, para los cercanos y sobre todo para los lejanos. Sed antorchas que acompañan el camino de los hombres y de las mujeres en la noche oscura del tiempo. …indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida (cf. Jn 14,6), al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia” (cf. Jn 10, 10) (8).

“…que vuestras comunidades o fraternidades sean verdaderas escuelas de contemplación y oración. El mundo y la Iglesia os necesitan como “faros” que iluminan el camino de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo. Que sea esta vuestra profecía” (36).

 

Nuestra visión empieza desde nuestra realidad

En este tiempo de globalización, cuando la cultura y el relativismo se convierten en la globalización de la indiferencia, la unidad de la familia se hace casi imposible. Muchos jóvenes sufren la ausencia de vida familiar y de valores. Hay hambre de compañía, amor, atención, misericordia y respeto. Se vive hoy en un mundo de competencia que lleva a los jóvenes al desprecio. No saben quiénes son ni por qué están viviendo. Buscan el sentido de sus vidas y el deseo de ver la belleza de la unidad y el amor; de encontrar alguien realmente creíble, que hace lo que dice, una persona integrada en la que pueden confiar y a la que puedan seguir.

En medio de esta cultura estamos llamados a encarnar el humanismo cristiano y ser auténtica familia de Dios, testigos vivos de Jesús para el otro. Somos hermanos y hermanas, nos pertenecemos unos a otros, a la comunidad. Nos apoyamos unos a otros para que la voluntad de Dios pueda ser hecha en cada uno de nosotros. Recordamos al otro el vivir en el camino de santidad, especialmente en la obediencia de la fe, como una concreta forma de vida. Nuestra vida está hecha de muchas opciones y ya seamos conscientes o no, porque somos un cuerpo, nuestras opciones tienen un impacto en los otros. Aprendemos juntos la solidaridad, darse espacio unos a otros, tener compasión, aprender de nuestros errores. Pero en la escuela del Servicio Divino, también aprendemos que servir no es suficiente, o tener el trabajo hecho. Hemos sido creados para vivir en relación, para vivir como Iglesia. No basta que recemos el Oficio Divino siete veces al día como hijos e hijas de Dios. Quiere que vivamos la “filiación” de Cristo de un modo concreto, a través de la presencia de un vicario de Cristo, un padre o madre espiritual que nos da la oportunidad de obedecer y nos desafía a crecer. La obediencia filial no es solo una manera de hacer lo que se manda sino que es lo que nos permite entrar en la vida de Dios y su plan de redención: Comunión con Él y con toda la humanidad.

 

Nuestra realidad

En Macao, somos una comunidad “sin techo”. Cuando las noticias de que nuestra petición al gobierno local para la concesión de un terreno fue denegada, humanamente hablando nos sentimos abatidas. Pero el obispo que nos trajo la noticia, con una gran preocupación y misericordia, se hizo presencia real de Cristo para nosotras. “¡No se preocupen! Pueden continuar usando el lugar donde están mientras lo necesiten. Les prometo encontrar un lugar para su futuro monasterio”. En repuesta nuestra Superiora dijo: “Hemos encontrado nuestra estabilidad en el corazón de nuestro obispo”. Al mismo tiempo el obispo nos dijo que no nos atásemos demasiado a este lugar porque no era lo suficientemente grande, aunque esa no podía ser razón para rehusar nuevas vocaciones. No hay amor sin sacrificio.

Renovamos nuestro compromiso a permanecer aquí donde nos sentíamos enraizadas: en la voluntad de Dios, sin conocer nuestro futuro. Pero ¿No es esa la situación de cada comunidad y cada persona? No tenemos permanente hogar en este mundo. Somos ciudadanos del cielo, caminando hacia la casa del Padre.

En tiempos en que dependíamos de la agricultura, los monasterios necesitaban grandes propiedades. En la era industrial se convirtieron en un lujo, en un problema. La arquitectura sagrada es parte de nuestro carisma y herencia. Pero cuando pedimos una pequeña parcela de tierra, una de las objeciones fue: ¿Por qué necesitan tanto espacio, tantas habitaciones grandes para solo veinte personas, cuando otras diez viven en un pequeño apartamento?

En este momento de la historia cuando hay tantos refugiados sin techo, estamos bendecidas con este pequeño y precioso lugar. Vivimos en una sociedad rica, pero en solidaridad con los más pobres: sin tierras, sin propiedades, con pequeños ingresos, en una casa alquilada, sin espacio suficiente para una “habitual” comunidad trapense. Somos misioneras en un país que rehúsa permiso para concesiones de tierras para propósitos religiosos. Nuestras hermanas de Rosary están aún en peores condiciones. Hay restricciones similares en otros países de nuestra región y quizás habrá más en la secularizada sociedad occidental. Otras comunidades viven en áreas amenazadas por la violencia. Ya no son una excepción. La vida en el mundo de hoy no es segura. ¿Cómo podemos pedir una seguridad que otros no tienen?

Quizás la Orden se ha hecho muy estable, demasiado cómoda, excesivamente segura, demasiado rica en propiedades, y el Señor nos despierta para una nueva toma de conciencia.

 

Mirada profética

Nuestra experiencia nos enseña a vivir con una mirada profética sobre nuestra realidad. Llegamos a entender que no existe un monasterio ideal, en el mundo de hoy. Vivimos en un desierto moderno: vida solitaria, integralmente dedicada a la contemplación, en medio de la ciudad y sus ruidos, donde vive la gente, lucha y sufre, como un signo de que Dios está muy cerca de la gente de nuestra ciudad.

Por ello lo importante no es el lugar. El “lugar” donde vivimos está en nuestra comunidad como Cuerpo de Cristo, el Reino ya presente en medio de nosotros. Por ello más que edificios de diseño, necesitamos construir una vida comunitaria por medio de la conversión, la lucha y el morir a uno mismo. Necesitamos incluso renunciar a nuestro deseo de un monasterio rodeado por la belleza de la naturaleza en orden a seguir a Cristo. Creemos que nuestro concepto de misión vencerá todas las crisis que tengamos que afrontar. Si verdaderamente amamos a Cristo, no podemos evitar el sufrimiento. Esta es nuestra participación en el sacrificio por la salvación de la humanidad. Jesús nunca prometió librarnos del sufrimiento, sino al contrario, nos invita a tomar nuestra cruz. Está aquí acompañándonos en nuestros sufrimientos y luchas. No tenemos que estar asustadas por nuestras fragilidades y debilidades.

Lo que la Iglesia nos pide como contemplativas es ser testigos vivos de la presencia del Dios vivo, ser expertas en comunión que mantiene vivos los temas de la vida humana. En la Escuela del Servicio del Señor, aprendemos cada día por nuestra oración y nuestra lectio como podemos ser instrumentos del Verbo de Dios. Prestamos nuestra voz para rezar los salmos, para dejar que Jesús ore al Padre a través de nuestros labios. La Palabra de Dios nos educa siete veces al día. En nuestro trabajo, también prestamos nuestra mente, corazón y cuerpo en obediencia para permitir a Jesús cumplir la voluntad del Padre en nosotros. Aprendemos de Jesús como agradar al Padre y como ser auténticos seres humanos. Aprendemos a conocerlo más para amarlo más. Pues en la Escuela del Amor, por medio de la lectio y la liturgia, ganamos en un conocimiento que es práctico: el conocimiento que se convierte en amor. El amor que busca su objeto con vistas a estar unido a Él. Nuestro modo de vida predica el evangelio en silencio. Podemos vivirlo en cualquier lugar.

“Nuestra misión en la Iglesia es vivir y transmitir el carisma Benedictino de humildad y obediencia, entendido y vivido por los Padres Cistercienses, como un camino concreto hacia la unión mística con Dios, en la Escuela del Amor”(Documento de Trabajo del Padre Inmediato en 2017).

Para eso “Necesitamos gente y comunidades que se vuelvan a dedicar al sendero de la conversión, una “conversión de costumbres” que responda día a día con alegría a la petición de dejar todo por Cristo” (Lepori).

Cada año miles de personas visitan nuestra iglesia que es también la última estación de la procesión diocesana anual de Nuestra Señora de Fátima. Creemos que nuestra vida, nuestro futuro, el futuro de la Orden y del mundo está en manos de María, Estrella de la Esperanza. Así nuestra visión es la visión de la esperanza viviendo en nuestra realidad, abrazando nuestra vocación y misión aquí y ahora por la gloria de Dios y la salvación de la raza humana.