Hermano Christian Morissette, OCSO
Abadía de Saint-Benoît du Lac (Quebec)
Mateo 13, 52
El escriba, tesorero de lo nuevo y lo viejo
Juzgar por los evangelios sinópticos, aparte de Judas el traidor que delató a Jesús, no hay figura más odiada que los escribas y fariseos. Los escribas son especialistas en la ley y su aplicación. Sin embargo, como señala el Evangelio, enseñan sin autoridad (Mt 7, 29), sin poder ir más allá de la tradición de los ancianos (Mt 15, 1). Su justicia no es la del Reino de los Cielos (Mt 5, 20), y no pueden ayudar a nadie a entrar en él. Su verdadera naturaleza se ve en la polémica con la que se oponen a Jesús. Tratan de pillarlo con preguntas comprometedoras (Mt 22, 35) y traman matarlo (Mc 11,18; Lc 22, 2). Jesús se las arregla para frustrar sus esfuerzos devolviendo su invectiva. No hay duda que el pasaje más duro respecto a ellos es Mateo 23, donde la fórmula “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!” aparece seis veces.
Por consiguiente, uno se puede sorprender que san Benito en su Regla aplique al abad un texto relativo a un escriba: “El abad ha de considerar siempre cuál es la tarea que ha recibido, y a quien habrá de rendir cuentas. Saber que debe servir en vez de ser servido. Por lo que debe ser docto en la ley divina, para que sepa y tenga de donde sacar cosas nuevas y viejas” (RB 64, 7-8). La última frase de este pasaje es una alusión a lo que dice Mateo 13, 52, “Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas”.
Este texto propio de Mateo es muy intrigante. Al principio parece absolutamente simple, pero cuando uno busca descubrir el significado exacto se topa con todo tipo de obstáculos. Por ejemplo: ¿por qué Mateo termina un capítulo enteramente consagrado a las parábolas del Reino con un dicho sobre un escriba? ¿Qué esconde realmente esta figura? ¿Cuáles son las cosas nuevas y cosas viejas que saca? Es tentador pensar que este texto sea en sí mismo una parábola cuya interpretación no es obvia. Esta figura exige una explicación.
Cada discípulo de Cristo es un escriba del Reino de los Cielos
En primer lugar: ¿qué concibe Mateo cuando habla de un escriba convertido en discípulo del Reino? Algunos han visto en este versículo simplemente una firma del escriba Mateo, a la manera del discípulo amado en el cuarto Evangelio o el joven misterioso al final del segundo Evangelio (Mc 14, 52)1. Así san Juan Crisóstomo no duda en hacer de Mateo el primer ejemplo de un escriba que se ha convertido en discípulo del Reino: “¿Les gustaría que les diera una imagen viva para ayudarles a ver lo que les acabo de decir? Echen un vistazo a san Mateo, el regio evangelista del que hablamos”.2 Sin duda Mateo era un experimentado escriba convertido en discípulo, pero el adjetivo “todo” que en el texto griego califica la palabra “escriba” impide cualquier interpretación demasiado estrecha del versículo.3 ¿A quién, entonces, se refiere Mateo?
Es muy posible que hubiera habido escribas judíos que habían llegado a ser cristianos, o que haya aludido a los escribas cristianos de las primeras comunidades. Es un hecho, desde luego, que había miembros cultos en las primeras comunidades cristianas y es muy probable que el evangelista Mateo dirija este versículo a ellos, para subrayar la importancia de su rol en el servicio de la palabra de Dios, dado a que él mismo es un escriba convertido en discípulo.
Pero es posible ir más allá y creer que de hecho todo discípulo de Cristo llega a ser capaz de sacar de su tesoro cosas nuevas y viejas. Es mediante la reposición de versículo 52 en su contexto, es decir, en el capítulo 13 como un todo, que emerge su significado. Para empezar, debe tomarse junto con el versículo anterior al cual está vinculado por la fórmula Δια τουτο (por eso). Jesús, después de su discurso en parábolas, habla a sus discípulos diciendo, “¿Habéis entendido todo esto?” Los discípulos responden con un firme “Sí”, al que Jesús no plantea ninguna objeción. Sin embargo, como ha demostrado Orton,4 un estudio de las ocurrencias del verbo συνιημι (entender) en Mateo revela algo sorprendente: de los nueve usos, seis se encuentran en Mateo 13. Esto lleva a la conclusión de que la cuestión del entendimiento de los discípulos constituye “el tema dominante del capítulo”.5 Mateo muestra que los discípulos comparten una especial comprensión de los misterios del Reino.
“Sus discípulos se acercaron y le preguntaron: “¿Por qué les hablas en parábolas?” Él les respondió: “Es que a vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no” (13, 10-11). “¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!” (13, 16). Además, entender las parábolas y los misterios que están allí escondidos es parte de la función de un escriba, como lo muestra este fino texto de Ben Sira:
“No así el que se aplica de lleno a meditar la ley del Altísimo. Indaga la sabiduría de todos los antiguos y dedica su ocio a estudiar las profecías; conserva los relatos de los hombres célebres y penetra en las sutilezas de las parábolas; busca el sentido oculto de los proverbios y se interesa por los enigmas de las parábolas. ... Si el Señor, el Grande, lo quiere, lo llenará de espíritu de inteligencia; le hará derramar como lluvia las palabras de su sabiduría, y en la oración dará gracias al Señor. Enderezará su consejo y su ciencia, y meditará los misterios ocultos” (Si 39, 1-3, 6-7).
Es así en el momento en que discípulos llegan a comprender los misterios de las parábolas, es decir del Reino, que se llaman “escribas”.6
Nuevas y viejas realidades
Según Mateo, el don de entender los secretos del Reino mediante la conversión del creyente en discípulo es una capacidad de sacar lo nuevo y lo viejo; pero ¿qué exactamente es esto? ¿Qué realidad se esconde bajo los términos “nuevo” y “viejo”? Ireneo piensa naturalmente en el Antiguo y el Nuevo Testamento.7 Pero, ¿no es el nuevo más bien “las realidades espirituales que se renuevan sin cesar en el interior de los justos “y el antiguo” el que está grabado en letras en piedra y en el corazón de piedra de la humanidad antigua”?8 ¿O incluso, los secretos del fin del tiempo y las cosas ocultas desde la creación del mundo?9 Como estos pocos ejemplos demuestran, es inesperadamente difícil discernir lo que lo nuevo y lo viejo designan. Tal vez esa es la intención del autor, es decir, invitar al lector a examinar el texto más profundamente para poder discernir su significado oculto que puede ser apenas vislumbrado en una primera lectura.
Penetremos más profundamente examinando textos donde lo nuevo y lo viejo ocurren juntos. Tales pasajes no son frecuentes, y tienden a subrayar la incompatibilidad de las dos realidades, como se muestra en estos ejemplos tomados de Pablo:
“El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Corintios 5.17).
“Despojaos, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las conscupiscencias, , renovad el espíritu de vuestra mente , y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4,22-24).
En los Evangelios la única ocurrencia de la combinación de “viejo” y “nuevo” se produce en una discusión entre Jesús y los fariseos sobre el ayuno, que aparece en textos sobre el paño nuevo y vestido viejo, vino nuevo y odres viejos (Marcos 2,18-22 y paralelos). Aparte de Lucas, que parece más conciliador y no quiere desacreditar directamente lo viejo, los otros dos evangelistas están de acuerdo con Pablo sobre la incompatibilidad de lo nuevo y lo viejo.
¿Cómo entonces, debemos conciliar la contradicción en Mateo entre lo que dice sobre el vino nuevo y odres viejos y la parábola del escriba que se convierte en discípulo? Es bien sabido que Mateo es el evangelista más inclinado a mostrar la continuidad entre el antiguo y el nuevo testamento, dado que Cristo completa las Escrituras (Mateo 5.17-19). Desde esta perspectiva no se pueden evitar ciertas tensiones. Así es sorprendente leer en Mateo 23, 2-3, “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan”, aunque Jesús acabara de decirles que se guarden (16,6) de la “levadura” de los fariseos (refiriéndose a la enseñanza de los fariseos 16,12). La contradicción entre Mateo 9, 14-17 (odres nuevos) y 13, 52 (el escriba discípulo) es evidente. Cuando Mateo reconoce una separación entre los discípulos de Cristo (odres nuevos) y la sinagoga judía (odres viejos), o entre dos grupos completamente distintos de personas (9, 14-17) no puede ser para él una cuestión de rechazar la herencia judía contenida en los evangelios.10
Sin embargo, para descubrir la realidad designada por el término “nuevo” Marcos nos pone en la senda correcta al principio de este evangelio: “Todos quedaron pasmados, de tal manera que se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!” (Marcos 1,27). Esta nueva enseñanza de Jesús en Mateo, especialmente en el capítulo 13, se presenta en parábolas. Así lo que había estado oculto desde la fundación del mundo es ahora revelado (Mateo 13,34-35). Es especialmente en esta perspectiva que debe entenderse Mateo 13,52. La enseñanza de Jesús ocurre en parábolas. Una parábola es una imagen poética que pretende revelar una realidad que por sí misma trasciende todo entendimiento, especialmente cuando se trata del Reino de los cielos. En otras palabras, ninguna parábola puede explicar completamente el Reino; es sólo una parte del misterio. Como el maestro, el escriba-discípulo es llamado a convertirse en un creador de parábolas, para entrar en una dinámica siempre nueva de la Palabra.
“La imagen final (Mateo 13,52) recapitula las otras por mostrar al lector un punto de apoyo. Esta metaparábola invita al lector a entrar en el proceso parabólico que se está produciendo, a convertirse a su vez en creador de nuevas parábolas que se unirán a las otras”.11
Entonces el hecho de que las parábolas de Mateo 13 terminan en una parábola no es algo sin importancia.
“Esta imagen del versículo 52 se agrega a muchas otras; en un momento final desestabiliza al lector en la asimilación del texto, removiendo la ilusión de una comprensión definitiva del discurso parabólico”.12
El escriba que se convierte en discípulo es así provisto para hacer realidad la renovación continua de la enseñanza de Jesús.
Todo cristiano posee este tesoro
La palabra importante del versículo de Mateo es “tesoro”. Cada cristiano posee esta posibilidad, consciente o inconscientemente. Aunque el Antiguo Testamento contiene textos que afirman que la sabiduría es un tesoro, como Sabiduría 7, 14: “La sabiduría es un tesoro inagotable para los hombres”, parece que cuando Mateo menciona tesoro está pensando principalmente en el corazón humano, como sugiere el vínculo entre Mateo 13,52 y 12,34-35 por la aparición en ambos pasajes de la palabra εκβαλλω (sacar), las palabras “hombre” y “tesoro” y un adjetivo neutro plural.
“Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas” (12,34-35).
Por lo tanto, el escriba-discípulo, con el corazón nuevo recibido según la promesa hecha al profeta Ezequiel, “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo” (36,26), puede entender los misterios del Reino y transmitirlos. Esta es sin duda la realidad que Pablo tenía en mente cuando escribió:
“Pero se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy permanece ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento, y no se levanta, pues sólo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y cuando se convierta al Señor, caerá el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2 Cor 3,14-17).
1 Cf. David E. Orton, The Understanding Scribe, p. 165.
2 Juan Crisóstomo, Homilías sobre Mt, XLVII, 4, trad. Jeannin.
3 Cf. U. Luz, Mateo 8-20, p. 287.
4 Orton, op. cit., p. 143.
5 Ibid., p. 144
6 Ibid., p. 148.
7 Contra las herejías, IV, 9, 1.
8 Orígenes, Comentario sobre Mateo, X, chap. 15.
9 O. Lamar Cope, Matthew: A Scribe Trained for the Kingdom of Heaven, p. 25.
10 A los textos citados pse puede agregar 1 Co 5, 7-8 ; 2 Co 4, 6.14 ; Col 3, 9-10 et 1Jn 2, 7-8.
11 El fin de la pericopa, Lc 5, 39 : “El añejo es el bueno”.
12 Cf. U. Luz, Mateo 8-20, p. 37-38..