Hermano Anselm Sayer, osb
Abad de Inkamana (África del Sur)

TALLER DE FORMADORES BECOSA

(7-12 noviembre, 2016)

 

becosagroupeImagina unas chozas de paredes blancas y techos de paja, situadas en una propiedad muy bien mantenida en la espesura, sobre laderas con vista a una enorme represa rodeada de montañas. Es el Centro de Retiro del Buen Pastor, cercano a la represa de Hartbeespoort, donde tuvo lugar un taller de 5 días para formadores, organizado por la Confederación Benedictina del Sur de África (BECOSA) y auspiciado por la AIM. El tema del taller: “Formación Monástica en el Siglo XXI”. Asistieron 12 formadores de 8 comunidades benedictinas de África del Sur y Namibia, con el hermano Mark Butlin OSB de la AIM, como facilitador y presentador.

Después de laudes, misa y el desayuno, los formadores comenzaron la sesión inicial del primer día con lectio divina. Luego, el hermano Mark enumeró los 5 elementos de la formación monástica:

• el Amor de Cristo;
• la caridad cristiana expresada en la tolerancia y la comprensión de los otros;
• una actitud positiva hacia la vida en comunidad;
• integridad moral, que implica honestidad con uno mismo y con los otros;
• y la autodisciplina conducente a la disciplina monástica.

Hizo notar que frecuentemente hemos convertido la formación monástica en “información monástica”, acompañada de una evaluación respecto al desempeño del novicio en relación con el trabajo, estudio y comunidad.

En su lugar, debiéramos considerar una formación que permita tanto al formador como al formando entrar en una vibrante relación con Dios, dado que la religión es primero y ante todo, una relación con Dios. Para lograr esto, nuestro foco debe estar en Jesús, en como Jesús habla y se relaciona con otros según lo revelan los Evangelios. Nuestra tarea como formadores es encender un fuego, un ardiente deseo, en nuestros formandos de querer relacionarse completamente con Cristo como Salvador, Maestro y Amigo, que invita a cada uno de nosotros a vivir con Él, aquí y ahora. El verdadero corazón del monacato es un encuentro con Jesús, y si nosotros formadores podemos conducir a aquellos a nuestro cuidado hacia Jesús, entonces la vida monástica parecerá atractiva a los aspirantes y candidatos que llegan a golpear nuestra puerta.

La tarea del formador es convencer a la persona en formación de que Dios realmente lo o la ama. Pero ¿cómo lograr esto? Vimos en Juan 4,1-30, que Jesús se encuentra con la mujer samaritana en el pozo. Aquí Jesús, por el modo en que trata a la mujer, nos da algunos tips invaluables para la formación. Jesús se pone con ella al mismo nivel, completamente libre de prejuicio y enfoca completamente su atención en ella como individuo. Nosotros, como formadores, debemos hacer lo mismo con cada formando, poniendo el foco en el individuo más que en el grupo.

Se trataron varios otros aspectos de la formación. El primero es “no preferir nada a Cristo”, que es absolutamente clave para el proceso de formación. También lo es el aprender a vivir la vida en comunidad como una experiencia compartida, así como buscar a Cristo en la comunidad. Buscar a Dios no es “buscar a Dios allá afuera”, sino buscar a Dios en la comunidad, los miembros del Cuerpo de Cristo. Jesús vivió con sus discípulos, y para ser como Jesús, debemos ser realmente humanos en nuestra relación con otros. Consecuentemente, desarrollar nuestra humanidad es una parte crítica de la formación, una parte que frecuentemente, en el pasado, ha sido ignorada. Una vez más, destacamos la importancia de la honestidad con uno mismo, los otros y la comunidad como fundamento del desarrollo humano al interior de una comunidad monástica.

En los días que siguieron, se desarrollaron estos y otros temas similares. Se destacó que la tarea del formador no es fácil. En Ga 4,19 vimos que ayudar a la gente puede ser una experiencia dolorosa. Y así, ser un formador puede ser un “vía Crucis” o, como el hermano. Mark lo dijo, tomarse en serio a Jesús puede “meterte en aguas profundas”. Esto llevó a la reflexión sobre el tema del Bautismo. La vida religiosa es esencialmente bautismal, en relación con que es una manera de vivir el propio Bautismo. Más aún, la vida monástica contiene todo lo esencial de la vida bautismal. Después de todo, un monje o una monja son cristianos genuinamente dedicados, que están haciendo un compromiso de toda la vida en el seguimiento de Cristo, y esto es lo que el candidato o formando debe llegar a comprender. Al final, no es la fuerza de voluntad la que nos ayuda a conservar nuestros votos, sino nuestra relación con Cristo, y Cristo viviendo en nosotros.

La Sagrada Escritura debe dar forma a nuestras comunidades y en ello la lectio diaria juega un rol vital. Tanto formadores como formandos deben, sea individual o en conjunto, hacer lectio divina cada día, y al hacerlo, escuchar lo que Dios les está diciendo. De hecho, la formación debe ser construida sobre una relación viva con la Palabra de Dios. Vivimos en un tiempo de confusión y por ello, naturalmente, estamos aprensivos, asustados y preocupados. Pero es precisamente en un tiempo así que necesitamos a Jesús, que necesitamos ser conducidos por la voz de Jesús. Y la voz de Jesús se encuentra en la Sagrada Escritura. El hermano. Mark nos recordó que la Regla de San Benito está siempre en segundo lugar en comparación con el Evangelio. La Regla por sí sola no es suficiente. Si nosotros los formadores pasamos demasiado tiempo enseñando la Regla, podemos impedir que el formando entre en un contacto real con el Evangelio y que forme una relación cercana con la Palabra Viva.

La vida monástica se trata de ser transformado, de ser convertido. La pregunta que debemos hacer es: ¿está el candidato preparado para ser convertido? ¿Quiere él o ella realmente ser transformado en forma radical? Esta conversión no es inmediata, sino un proceso que dura toda la vida. En ese momento, reflexionamos sobre la considerable extensión del capítulo de la Regla que trata sobre la humildad. Cada peldaños de la escalera de la humildad lleva a los formandos más cerca de una conversión de corazón y mente, le abre la puerta al Espíritu Santo, y por eso los prepara para encontrarse con Jesús como una presencia viva y amorosa que los acompaña en cada momento de sus vidas.

La primera sesión de la mañana el día que precedió a nuestra partida, comenzó, como todos los días durante el taller con lectio divina. Reflexionamos sobre Jn 13, con un énfasis especial en los versículos 34 y 35. Algunos temas que salieron de nuestra reflexión fueron el amor, la misericordia y el perdón. Nos recordaron que San Benito concebía que un monasterio fuera una “escuela al servicio del Señor” y como tal, es un lugar de entrenamiento en cómo amar. El amor encuentra su expresión en gestos y acciones (como un abrazo o una palmada en el hombro), en el servicio humilde a los demás, más especialmente a los miembros de nuestras comunidades. En la segunda sesión, el hermano Michael Morrissey, OMI, quien ha trabajado en el sur de África por muchos años, compartió con nosotros su experiencia de formador y formando formandores. Si bien el llamado a la vida religiosa es un don de Dios, dijo el hermano Morrissey, necesitamos entender cómo los individuos responden a este llamado. Aquí la antropología cristiana, junto con la psicología y la sociología, pueden ser herramientas útiles para el formador al asesorar y ayudar a los candidatos, y los que están en formación.

A pesar de haber sufrido de un ataque de laringitis por uno o dos días, el aporte del hermano Mark durante el taller fue extraordinariamente estimulante e inspirador. El éxito de este taller de formadores de BECOSA fue en parte debido al entusiasmo, energía y extensiva preparación del tema para cada sesión del hermano Mark. Los participantes en el taller también contribuyeron en las sesiones. En algún punto de cada día los participantes se separaban en pequeños grupos para discutir algunos temas y luego dar un reporte a todo el grupo. Cada noche un grupo de formadores se juntaba voluntariamente a estudiar un texto relevante para el tema de la formación monástica en el siglo XXI, y luego deliberar sobre como este era pertinente con la situación formativa de sus comunidades respectivas. Fue claro en todas las discusiones en grupo que la mayoría de nuestras comunidades se enfrentaba a problemas relacionados con la formación. Estos problemas incluían a superiores interfiriendo innecesariamente en el proceso de formación, poniéndose abiertamente del lado de uno u otro formando en contra del formador, y a dificultades en la integración de ciertos formandos a la vida comunitaria.

La noche antes de irnos improvisamos una fiesta de cumpleaños para el hermano Daniel Ludik, de la comunidad benedictina Anglicana en Grahamstown, en el Cabo Este. Fue una ocasión alegre y animada con snacks, bebidas y juegos, cantos y bailes; una conclusión apropiada para un taller intenso y que nos hizo pensar.

La mañana siguiente dimos nuestra última mirada a la represa de Hartbeespoort y a las montañas al norte. Fue una vista que nos recordó la Riviera Francesa o la costa de Dalmacia. Después del desayuno, los namibios se fueron al aeropuerto para volver a casa. El resto de nosotros partimos en lo que sería un viaje de 5-6 horas hacia nuestras comunidades respectivas. Llevábamos un mensaje claro de que nuestros monasterios y conventos Benedictinos deben ser lugares donde la gente encuentre a Cristo. Nuestras comunidades monásticas entonces no solo serían lugares de conversión, sino también lugares de amor y alegría.