Padre Michael Casagram, OCSO
Prior de Getsemaní (EUA)
PADRE THOMAS MERTON,
1915-1968
Monje de Getsemaní
Cuando me encontré con Merton, hermano Luis, como un simple monje profesado, no sabía qué esperar, aunque había leído algunos de sus libros. Habiendo ingresado originalmente a la abadía Santa Cruz en Virginia en 1961, sólo llegué a Getsemaní en agosto de 1964. Mis primeros encuentros con él fueron inmersos en la vida cotidiana de la comunidad, él era el director de novicios en ese momento.
Recientemente en Getsemaní, leimos en Vigilias una selección de los escritos de Merton sobre el Kerigma de Natividad que me gustaría citar:
“En su oración, la Iglesia nos sumerge en la luz de Dios que brilla en la oscuridad del mundo, a fin de que podamos ser iluminados y transformados por la presencia del recién nacido Salvador, y así él podrá nacer y vivir verdaderamente en nosotros haciendo que todos nuestros pensamientos y acciones sean luminosos en Él”.1
Estas palabras resumen para mí la persona de Merton y lo que lo vi tratando de permitir que ocurra en todo lo que emprendía o buscaba lograr. Cuando uno asistía a sus conferencias, cosa que hacían los monjes jóvenes junto a los novicios, uno se percataba rápidamente de lo atractivo que era como maestro. No sólo estaba bien preparado por lo que había leído y tomado cuidadosos apuntes, quería que todos los presentes experimentaran lo que él había llegado a ver y entender. Lo hacía haciendo preguntas dirigidas sobre su material. Si nadie respondía, y generalmente había entre 20-30 oyentes, nos daría una pista sobre lo que la respuesta podría ser y esperaba. Era un maestro en abrir mentes y corazones a la sabiduría que había llegado a hacer suya.
Habiéndome sido dado, no mucho después de mi llegada, el trabajo de mimeografiar su último escrito en forma de artículos o nuevos manuscritos, estuve expuesto a la frescura de su pensamiento. Recuerdo a un amigo académico suyo decir que Merton no sabía lo que realmente pensaba acerca de algo hasta que lo ponía en el papel. En este sentido Merton fue claramente un extrovertido en términos de sacar fuera para formular lo que estaba realmente sucediendo en su mente y corazón. Otros han comentado sobre lo dotado que fue Merton como escritor y creo que este es uno de los aspectos más decidores o reveladores de su persona, su dominio de la palabra escrita.
En septiembre de 2016, el padre Bernardo Bonowitz, OCSO brindó una charla en el Congreso de Abades, durante la cual dijo:
“La Palabra de Dios genera comunión. La presencia de la palabra de Dios en la iglesia monástica y la promesa de su proclamación convoca a los monjes a la iglesia, para estar con el Dios que se revela. La lectura de la palabra de Dios en la liturgia es un encuentro personal unificador; nos une a Él quien habla y nos une entre nosotros como aquellos que le aman y desean estar presentes para escucharlo. Esta unidad en la escucha de Dios que se revela en su palabra precede a todas las consideraciones meramente humanas y sociales de comunión. Dios en su palabra es la fuente de nuestra communion”.2
Merton tenía un profundo sentido del poder de la palabra, la palabra en las escrituras, pero también, la de muchos escritores dotados de todos los tiempos. Merton había sido profundamente formado por la palabra inspirada, palabra que encontró viva y activa en escritores sobresalientes no sólo de la larga tradición benedictina/cisterciense sino en muchos del siglo XX. Su reconocimiento de estos escritores como Albert Camus, Etienne Gilson, William Faulkner, Karl Barth, T.S. Eliot, Dorothy Day, Jacques Maritain, por nombrar sólo algunos, es bien conocido. Merton tenía un sentido del poder de la palabra como pocos que he conocido.
Escritores como Czeslaw Milosz vieron la pobreza existencial de la condición humana sobre todo como “una pobreza de esclavitud al amor propio, inevitablemente depredador y egoísta. Merton comienza con una revelación del todo diferente. Para él, lo que caracteriza a la comunidad humana es ante todo ‘la gloria de Dios pura en nosotros. Es, por así decirlo, Su nombre escrito en nosotros, como nuestra pobreza, como nuestra indigencia, como nuestra dependencia, como nuestra condición de hijos’. Merton llama esta luz diamante interior que se esconde en todas las cosas, la tierra oculta del amor, le point vierge, esa chispa interior donde toda la creación despierta del sueño del no-ser para participar en la historia de vida de Dios.”3
Esto se alinea estrechamente con la cita anterior de Merton arriba, donde habla de Dios que viene a “nacer y vivir verdaderamente en nosotros”. Esta experiencia de Merton es, me parece, su mejor contribución a nuestras comunidades monásticas y a todos aquellos expuestos a sus escritos. Nos llama continuamente a darnos cuenta de nuestro potencial como hijos de Dios. Merton no tenía miedo de explorar su propia humanidad en toda su debilidad y fragilidad, porque misteriosamente encontró allí la grandeza del amor de Dios para él como la fuente de todo lo que es verdadero y auténtico. Quedarse quieto para saber que Dios es Dios parece haber sido el mantra que gobernó la vida de Merton. Ciertamente en la quietud de su propia vida monástica, él descubrió mucho más de lo que nunca había esperado o imaginado.
Él nos invita hoy tanto como lo hizo en su día, a que nos permitamos experimentar la “luz diamante que se esconde en todas las cosas, la tierra oculta del amor... donde despierta toda la creación... para participar en la historia de vida de Dios”. Sólo tenemos que estar totalmente presentes en el momento, dejarnos recordar, como San Benito nos recuerda, que estamos siempre bajo la mirada de Dios, que nuestras acciones “en todo lugar están bajo la mirada de la divinidad, y que a toda hora los ángeles se las anuncian”. (RB 7,13)
Merton acogió esta comunión con lo divino a lo largo de su vida, imperfecto como él era. Al hacerlo abrió este horizonte para muchos otros.
1 TIEMPOS DE CELEBRACIÓN, de Thomas Merton (Farrar, Straus y Giroux) págs. 108-09.
2 Boletín Monástico, Alianza Inter Monasterios, 2016, núm. 111, págs. 31-2.
3 MERTON ANUAL, 2015 Edición Centenaria (Fons Vitae) Vol. 27, págs. 61-2.