Benedictinas de Keur Guillaye

MADRE FRANÇOISE-MARGUERITE DE
BRANTES 1935-2011

Abadesa de Keur Guilaye

 

MdeBrantesFrançoise Marguerite de Brantes nació en París el 24 de marzo de 1935, en una familia cristiana muy unida, con la cual mantuvo estrecha relación a pesar de la distancia. Fue la penúltima de cinco hijos. Una de sus hermanas, Anne-Aymone, se convirtió en la esposa del Presidente de la República Francesa, Valéry Giscard d’Estaing. Marguerite entró en la abadía de Santa Cecilia, Congregación de Solesmes, el lunes de Pascua del 2 de abril de 1956. Tomando como nombre religioso el de su difunto padre, un oficial muerto en circunstancias trágicas durante la guerra, a quien estaba muy unida. Hizo la profesión el 10 de febrero de 1959, consagrada a Dios definitivamente tres años más tarde, en la fiesta de Santa Escolástica, expresando en su lema “Sicut oculi ancillae” (como los ojos de una sierva) su único deseo de servir.

Desde el noviciado, mostró un gran celo por buscar la humildad y la obediencia, que continuó practicando toda su vida con amor, sabiendo usar su natural disposición a participar en las actividades de sus hermanas. Trabajó en la cellerería (economato) y en la explotación agrícola, utilizando las competencias adquiridas antes de entrar en el monasterio, correspondiendo a su gran amor por la naturaleza. Muy asidua al Oficio Divino, animaba con gusto las fiestas, y a veces enviada por la autoridad, ayudaba en el noviciado con sencillez y entusiasmo, con cuidado de valorar a las otras. Recordamos, también, su mirada feliz cuando regresaba del establo en su ropa de granjera, llevando cuidadosamente uno o dos cubos de leche fresca.

Fue elegida por la madre abadesa Gaudentie Limozin, la más joven del grupo fundador, como superiora de la fundación de Senegal. Llegó a Dakar con la hermana Bernadette el 11 de febrero de 1967. Dom Philippe Ribes, entonces Prior del monasterio del Inmaculado Corazón de Keur Moussa, les dio la bienvenida y las guió con sabiduría y dedicación en todo lo que había que hacer: primero, encontrar la tierra más adecuada y la construicción el monasterio. ¡Cuántos viajes en las llamadas pistas de arena decoradas con ham ham! (bolitas espinosas que siguen y que pican donde dondequiera que vayas). ¡Cuántas informaciones a pedidas y gestiones realizadas! Con la ayuda de varios monjes de Keur Moussa, el soporte de las Servidoras de los Pobres que estaban a cargo de la clínica de Keur Moussa y la comprensión del jefe del pueblo de Keur Guilaye y sus adjuntos, algunos de los cuales estaban orgullosos de haber luchado por Francia. Todo fue bastante rápido: la iglesia y los edificios principales se levantaron poco a poco y el monasterio, dedicado a San Juan Bautista, fue inaugurado el 16 de abril de 1980 bajo la presidencia de monseñor Thiandoum, arzobispo de Dakar, en presencia de una gran asistencia.

La Madre Françoise trabajó por el establecimiento de una auténtica vida monástica, siempre a la escucha de las enseñanzas de la Iglesia, especialmente en el área litúrgica, que supervisaba cuidadosamente. Era diligente con toda la comunidad, que incluía entonces a doce hermanas, a los pacientes y las clases de canto del padre Dominique Catta, cimientos del desarrollo de la salmodia de Keur Moussa.

Con sabiduría, buscó transmitir nuestra herencia monástica, adaptándola a las condiciones locales. Para ello, durante el período de construcción y las ampliaciones necesarias, visitó las comunidades de Senegal y los nuevos monasterios de África Occidental, disfrutando sabiamente las experiencias de encuentro con los superiores. A partir de ahí, mantuvo y desarrolló relaciones de amistad fructíferas, que se expresaron en ayuda recíproca concreta.

Por muy ocupada que estuviera, la Madre Françoise sabía estar disponible para los huéspedes del monasterio, particularmente las religiosas. Era compasiva con todas las necesidades de las familias vecinas tratando siempre de llevar ayuda y aliviar el sufrimiento en la medida de sus posibilidades.

El 27 de abril de 1993, fue elegida priora conventual del monasterio, que se convirtió en autónomo. Cuando el monasterio fue erigido en abadía, las hermanas renovaron su confianza eligiéndola como primera abadesa. Recibió la bendición abacial del obispo Jacques Sarr, Obispo de Thiès, el 12 de abril de 2008, el sábado antes del domingo del Buen Pastor, y eligió como lema de abadesa “Illum oportet crescere” de San Juan Bautista (“Es necesario que él crezca”), expresando así su deseo de hacer crecer el reino del Señor en ella y sus hermanas. Celebró sus Bodas de Oro el 10 de febrero de 2000. De salud delicada, Madre Françoise sufrió en silencio y con valor muchas molestias durante toda su vida, apoyada por su sentido del humor. Sin embargo, siguió haciendo crecer y embelleciendo el monasterio. En marzo de 2010, se le declaró la grave enfermedad que se la llevó. Aceptando toda la atención médica que podría aliviarla, pasó nueve largos meses en Sainte-Cécile de Solesmes, su monasterio de profesión donde fue acompañada fraternalmente. Cuando se hizo evidente que la ciencia era incapaz de mejorar su condición, regresó a Senegal a su querido monasterio, determinada a permanecer allí hasta su encuentro definitivo con el Señor, rodeada por su amada comunidad. Vivió sus últimos días, apoyada por el cuidado atento de médicos senegaleses, de sus hermanas de comunidad, del afecto de todos y la ayuda espiritual y de sobreabundantes socorros espirituales. Durmió en paz en el Señor 20 de marzo 2011, el segundo domingo de Cuaresma, Domingo de la Transfiguración.

Inspirándonos en una homilía del Padre Abad de Keur Moussa con motivo de los seis meses del transitus de la madre abadesa, podemos concluir:

“Tenemos que dar gracias al Señor que nos la ha dado y que la hizo fiel a su vocación hasta el final. Entre nosotros, ella testificó de su verdadero amor a Dios y al prójimo. Acción de Gracias también por el legado que nos dejó: el ejemplo de la vida monástica tomado en serio, la dedicación a la Iglesia y a la tradición monástica recibida de Solesmes. Acción de Gracias, finalmente, por el lugar que esperamos ocupa junto a Dios. De hecho, Dios promete “lo que ni el ojo no vio, ni el oído oyó” a aquellos que renuncian a sí mismos y al mundo para seguir a Cristo por el Reino. Esta es la base de nuestra esperanza”.