Madre Rosaria Spreafico OCSO,
Abadesa de Vitorchiano
VITORCHIANO, UN MOVIMIENTO
MONÁSTICO MISIONERO
Este texto fue escrito hace dos años. Conserva hoy su relevancia y presenta algunos criterios valiosos para llevar a cabo el proyecto de una fundación en buenas condiciones. La comunidad de Vitorchiano ha tenido una buena experiencia de hacer fundaciones durante toda la segunda mitad del siglo 20 que se extiende hasta la actualidad.
En una conferencia en la abadía de Ligugé el 9 de julio 1961 Dom Gabriel Sortais, Abad General de nuestra Orden entre 1951 y 1963, expresó lo siguiente: “Los que han recibido el don de la vida monástica (tienen el deber de) transmitirla a una nueva generación y una nueva clase. En el monacato actual esta transmisión de la vida (...) no es una elección libre, sino de su propia naturaleza, una obligación ineludible, una vez que se entiende cuan cerca esta transmisión está ligada a la naturaleza de la Iglesia”. (Las cosas que agradan a Dios, Abadía de Bellefontaine, 1967, p. 384).
Fue sólo durante el período de abadesa de la Madre Cristiana Piccardo que la comunidad de Vitorchiano se abrió a la “misión monástica”. Tras una primera fundación en Italia hubo otras fundaciones en América Latina, en Asia y en Europa del Este. Una afluencia de muchas vocaciones de jóvenes hizo posible cumplir el deseo de hacer nacer nuevas comunidades monásticas. Este deseo ya había echado raíces en el corazón de nuestra comunidad como una herencia fecunda de las gracias ecuménicas de la beata María Gabriela y de la Madre Pia Gullini (abadesa de nuestra comunidad durante la Segunda Guerra Mundial). También fue una respuesta natural a la llamada de la Iglesia y de la Orden.
Estas fundaciones han renovado y continúan renovando el espíritu misionero dentro de nuestra comunidad, que es uno de los elementos de la juventud y la vitalidad de la Iglesia. Pero no debemos olvidar que, precisamente en vista de los muchos llamados misioneros, la primera tarea era renovar la comunidad de Vitorchiano. Esta fue la tarea a la que la madre Cristiana, que condujo a la comunidad durante veinticuatro años (1964-1988, es decir, los años durante y después del Concilio Vaticano II), se dedicó en cuerpo y alma. La fidelidad a la tradición, al Magisterio y al Papa, una apertura a los signos de los tiempos, un uso racional del diálogo como un instrumento de fomento de la unidad en la comunidad, sobre la base de una visión común, la confianza increíble que dio a la gente joven venida de diferentes continentes y culturas, una visión de la vida monástica a la vez clara y atractiva en su sencilla y alegre humanidad - todas estas eran características de esta gran figura. Pero este no es el momento para hacer un elogio de la madre Cristiana, que ha marcado profundamente nuestra historia y que sigue siendo una parte viva de ella, incluso en la lejana Venezuela. Sin embargo, el árbol se conoce por sus frutos, y para conocerla, es más que suficiente mirar nuestras fundaciones.
Desde el principio, incluso si la modalidad concreta, producto de las circunstancias requiere modificaciones, el nacimiento de cada una de nuestras fundaciones se ha basado siempre en los principios fundamentales que establecen las líneas generales del proyecto. Una misión auténticamente monástica siempre y exclusivamente nace en el corazón de una comunidad que escucha y responde al llamado de la Iglesia, que generosamente acepta y se compromete a compartir su propia vida, que se pone a disposición de los demás en un espíritu de oración y de obediencia, con una decisión clara de toda la comunidad, que excluye todas las formas de proyectos individuales. Una monja puede ser llamada a partir o quedarse, pero en todos los casos se la llama a soportar el peso y el riesgo involucrado en una fundación. En su mensaje al Capítulo General de 1993 en Poyo, Dom Armand Veilleux, en ese momento Abad de Scourmont, dijo:
Según la tradición cisterciense, una comunidad es fundada por otra que le transmite su propia expresión del espíritu cisterciense. Para que una fundación tenga éxito y salga adelante se requiere normalmente que haya sido deseada y que sea sostenida con entusiasmo por la casa madre. Cuando una fundación es el proyecto personal de un abad o de un pequeño grupo de fundadores, sin ser asumida por toda la comunidad (o al menos por una gran parte de la misma), hay pocas probabilidades de éxito. Hay casos de fundaciones que han comenzado como una aventura personal y se han desarrollado bien, pero sólo porque, en un momento dado, han sido asumidas y adoptadas por la comunidad del fundador(a). (La Orden Cisterciense de la Estrica Observancia en el siglo veinte II, edición privada p. 314).
Una fundación puede convertirse en un intento subrepticio para deshacerse de los temas difíciles o de aquellos que alteran a la comunidad, en la esperanza que van a encontrar un nuevo equilibrio; la ilusión de una solución rápida en la casa fundadora casi siempre produce una situación intolerable en el pequeño grupo de fundadores, y no proporciona ninguna solución para la comunidad fundadora, la unidad es siempre y exclusivamente el fruto de una caridad que busca integrar a cada miembro en la paciencia del amor y en el camino de sufrimiento unido a la compasión de Cristo.
Una fundación debe nacer no sólo en el corazón y desde el corazón de una comunidad, sino que también debe nacer como una comunidad. Para nosotros siempre ha sido importante que el grupo fundador madure en una conciencia de la Iglesia, en una experiencia de integración y de diálogo recíproco, aprendiendo a asumir responsablemente sus propias decisiones bajo la dirección de la abadesa de la casa fundadora y de la superiora designada. Es vital el buen entendimiento y la colaboración entre la abadesa de la casa fundadora y la superiora designada para la fundación. En nuestra comunidad siempre hemos tratado de ayudar a quienes son designados a vivir como una pequeña comunidad en el corazón de la comunidad mayor.
Esto implica no solamente el estudio del idioma, sino también la experiencia de comenzar la liturgia en el idioma local, crear el espacio del diálogo para la formación de una mente común entre las fundadoras, la formación de la responsabilidad económica y de organización del trabajo, la evaluación de los planes para el futuro monasterio, los contactos con el lugar de la fundación. Para la comunidad de la fundación todo esto consiste en hacer espacio para la vida que está a punto de nacer, con un aumento inevitable de trabajo y la tensión y un verdadero espíritu de sacrificio y abnegación. Este es el precio a pagar si se quiere lograr un proceso de nacimiento real en el corazón de una comunidad. Si uno no ha vivido este proceso de dar a luz desde el principio, es difícil ponerse al día después, ya que sólo lo que es verdaderamente parte de la Iglesia puede ser fructífero en el servicio a la Iglesia local.
¿Cuáles son los puntos claves que una fundación debe tener en cuenta?
Una fundación siempre implica un largo camino de la profundización de la conciencia vocacional y de la conversión personal y comunitaria, que no son ni fáciles ni predecibles.
1. El primer desafío que debe afrontar cada fundación concierne a la integración y la unidad entre los fundadores
Hemos constatado que la integración del grupo de fundadoras dentro de la casa matriz es sólo un comienzo, incluso si todos sus esfuerzos tienen éxito. El número pequeño, el ambiente totalmente nuevo, el cansancio de una nueva fundación monástica, son todos elementos que permiten aflorar los problemas de relación que se percibían sólo de manera imperfecta en el contexto más amplio y más seguro de la casa matriz. Las dificultades de aceptación mutua y lealtad a una nueva superiora, de divergencia inevitable sobre lo que se está construyendo o acerca de las estructuras que se están estableciendo se vuelven más evidentes; las hermanas se enfrentan a la dificultad de un nuevo lenguaje y de un ambiente totalmente desconocido, con el peso de la distancia y la soledad. La búsqueda de un trabajo que proporcione un medio de vida para la comunidad también puede producir ansiedad. La integración debe ser un objetivo primordial, la aceptación de la propia autenticidad y la de las demás hermanas a vivir el esfuerzo de aceptación mutua y la corrección en la caridad; esto requiere la expresión explícita de la confianza. Por encima de todo, la integridad exige una fidelidad clara a la autoridad constituida como una expresión concreta de la obediencia a Dios. La comunión en la oración ayuda a la integración aún más, y por lo tanto desde el principio es importante recitar el oficio divino en todo su rico contenido, en su riqueza sacramental y –en la medida de lo posible– en el idioma del país. Otro paso importante es la orientación precisa y concreta hacia el trabajo que proporcionará un medio de vida para la comunidad. Esto no siempre es posible, debido a la pobreza y la precariedad del nuevo país, pero sigue siendo un elemento positivo en la integración.
2. El reto de una comunidad que crece: inculturación y transmisión del carisma.
A la fatiga del comienzo se agregan lentamente las dificultades de ‘la mañana después’, cuando el núcleo inicial de las fundadoras debe dar paso gradualmente a la libertad de crecimiento y la expresión de las nuevas generaciones locales, aunque sin abdicar de un carisma que exige el don de la vida a partir de las fundadoras en lugar de la enseñanza teórica o determinación de mantener los roles de influencia.
A las fundadoras se les debe exigir que transmitan la vocación cisterciense en toda su integridad, los valores que la constituyen y las estructuras que lo definen. En Vitorchiano nunca hemos pensado en inventar un nuevo monacato con el fin de ajustarse a un medio socio-geográfico en particular. La experiencia nos ha enseñado que es únicamente en la fidelidad a un patrimonio recibido que se desarrolla una potencia creativa. Se permite entonces que las fundadoras tomen conciencia de la riqueza de las oportunidades locales para integrarlos provechosamente en el surco de la tradición. La inculturación no es un acontecimiento sociológico o geográfico, sino más bien la experiencia de una apertura humilde, respetuosa y agradecida por la belleza y la gracia de un pueblo, una cultura, una realidad que caracteriza al lugar en que nos hemos comprometido. Esta apertura puede crear una auténtica bienvenida a los que se unen a la comunidad monástica, valorando su contribución específica y la comprensión de la riqueza de su diversidad.
3. El reto de siempre: permanecer estables en la comunión
Es de vital importancia transmitir un verdadero amor por la casa matriz, pero no para transferir a la nueva fundación una imitación pasiva e irracional de los detalles de la vida de la casa fundadora. Lo verdaderamente importante es resaltar el valor del proceso de nacimiento, el sentido de ser hijas, la gracia de tener raíces vitales en los que se basa la esperanza y la gratitud por la vida recibidas.
Por supuesto, de parte de la casa fundadora son requisitos indispensables la gratuidad y la inteligencia para seguir la evolución y el desarrollo de la fundación. Esto debe abarcar no sólo los pasos regulares que conducen hacia la autonomía, sino también una pasión por la comunión en un camino común, a pesar de las distancias y las diferencias inevitables que hacen emerger la riqueza de ser hijos y de pertenecer a la misma familia monástica. Una vez que se ha alcanzado la plena independencia, y una fundación es capaz de caminar por sí sola, la amistad, la comunión, la compañía de la casa matriz nunca debe extinguirse, precisamente a causa de la fecundidad de una reciprocidad que es preciosa para ambas comunidades.
¿Cuál ha sido la experiencia en nuestras fundaciones de la ayuda proporcionada por la AIM, y cómo la AIM puede apoyar a estas comunidades?
Nosotros sólo podemos afirmar y reconocer que si nuestras fundaciones no hubieran sido ayudadas por la Orden y por la AIM, ninguna de ellas habría sido capaz de desarrollarse.
He pedido a cada casa fundada por Vitorchiano su experiencia de la ayuda recibida de la AIM, y cada una de ellas respondió expresando su agradecimiento por la ayuda económica y por la formación. Gracias a los aportes que hemos recibido nuestras casas hijas han podido beneficiarse de la enseñanza de buenos profesores en sesiones de formación, de ayuda económica para la organización, de ayuda en la compra de libros, materiales y equipos de enseñanza. Además de esto, han recibido ayuda para la compra de máquinas y material para el trabajo y medios para la celebración litúrgica.
Nos encomendamos a la comprensión y la caridad de aquellos que creen profundamente que Dios nos ha dado una tarea especial, aquella de contribuir a la difusión de la vida monástica en todo el mundo. Solas, por nuestra cuenta, no podríamos jamás responder a esta llamada, sin embargo, juntos como Iglesia es posible hacerlo.