Arzobispo José Rodríguez Carballo OFM,
Secretario de la Congregación para los Institutos de
Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica
LA VIDA CONSAGRADA,
¡LEVÁNTATE Y ANDA!
En este año de la Vida Consagrada nos complace recibir estas reflexiones del Arzobispo Carballo, quien dio esta conferencia en el marco de la asamblea nacional de jóvenes religiosos y religiosas de Francia en mayo de 2015. Nos abre la perspectiva de un futuro para la vida consagrada más allá de los cambios institucionales. El Arzobispo Carballo es franciscano y fue por algunos años el Maestro General de su Orden.
Muchas personas se están preguntando, ¿cuál es el estado de salud de la vida consagrada hoy? ¡Y numerosas son las respuestas a esta pregunta! Todo depende de quién esté preguntando y quién esté respondiendo. Mucho depende también de la concepción que se tenga de la vida consagrada y de los prejuicios de quien hable. En cuanto a mí respecta, no pretendo dar una respuesta cien por ciento objetiva y convincente. Menos aun pretendo dar una respuesta original. Esto sería pecado de presunción. Mi única intención y tal vez mi clamor, es dar una respuesta que, entre otras, podría esbozar esta forma de vida cristiana en medio de una sociedad progresivamente secularizada y una Iglesia que no siempre reconoce lo que realmente es, sino más bien por el personal que representa.
Tres imágenes fuertes y sugestivas
Muchos de los que tratan de hacer un análisis de la vida religiosa en la actualidad hacen uso de ciertas imágenes. Éstas tienen un valor positivo pero también negativo.
Una primera imagen utilizada para hablar de la situación actual de la vida consagrada es un declive. Debido a la falta de vocaciones, muchos de los trabajos hasta ahora realizados por hombres y mujeres consagrados finalmente se están cerrando y muchas presencias están desapareciendo. Esto sugiere a menudo que la vida consagrada está en una condición poco saludable. Algunos no vacilan en hacer predicciones sombrías de que los días de la vida consagrada activa femenina están contados, especialmente como se ha desarrollado y como la hemos conocido durante los últimos tres siglos, centrada en ministerios concretos como el de la educación y la salud, convertida así en el brazo diaconal de la iglesia. Según estas personas muchos de los institutos nacieron como una respuesta puntual a las necesidades de un momento y hoy han sido tomados por la asistencia social. En este caso estos institutos han hecho su trabajo y ya no tienen más razón de existir. Tal es el parecer de quienes sostienen que la vida consagrada vive su declive, presentándola como algo que se acerca su final.
Estos matices de la palabra “declive” están seguramente correctos. Así cuando hablamos del “declive del día” o un “declive de la vida” pensamos en el día que está llegando a su final o una vida que se aproxima a su conclusión. La imagen seguramente puede sugerir también esperanza para nosotros. La aurora anuncia el declive de la noche y el surgir del día. Declive nos habla de algo que está muriendo, pero también de la llegada de algo nuevo: el declive siempre deja lugar al crepúsculo. ¿No es esto también visible en la vida consagrada hoy? ¡Sin duda! En la vida consagrada han cambiado muchas cosas del pasado, pero es todavía grandiosa, una forma de vida que está evolucionando en “nuevas formas”, distintas de aquellas de los carismas históricos. Basta con mirar a los ojos de la fe para ver que “los campos blanquean para la siega” (cf. Jn 4,35).
Otras personas, destacando la gravedad de la situación en que se encuentra la vida consagrada hoy, usan otras dos imágenes: el caos y la noche oscura. El caos es una imagen muy fuerte, pero también sugerente debido a sus resonancias bíblicas. En la Biblia esta imagen tiene connotaciones negativas, pero también nos presenta una perspectiva altamente positiva. Ciertamente el caos nos habla de confusión, pero también de la maravillosa obra de la creación. Es el estado en el que se encontraba el universo antes de que apareciera todo lo que constituiría su riqueza y su belleza, antes de que apareciera el orden de la creación, la obra del Creador que le da a cada cosa su lugar (cf. Sal 148,5).
La imagen del caos nos habla de miedo y desorientación, pero también del triunfo de la misericordia del Señor y del nacimiento del pueblo de Dios. El miedo y la desorientación ante la “vasta y terrible” tierra del desierto (cf. Dt 1,19), antes de la entrada a la tierra prometida donde fluyen leche y miel. El desierto es un lugar de prueba, pero también del nacimiento del pueblo de Dios; un lugar de infidelidad y “murmuración” de la gente (cf. Éx 14,11) y el de una llamada a la conversión (cf. Dt 8,2, 15- 16), pero también del triunfo de la divina misericordia (cf. Nm 20,13). Un lugar elegido por el Señor para educar y guiar a su pueblo. El miedo y la desorientación son los sentimientos que llenan los corazones de los discípulos de Jesús después de su muerte (cf. Lc 24,11), pero que son superados por el gozo del encuentro con Cristo Resucitado (cf. Lc 24,41). La imagen del caos, por tanto, apunta a situaciones críticas, pero nos habla también de oportunidades y de un preludio para un nuevo comienzo.
El tema de la noche oscura está muy extendido en la escritura espiritual cristiana, especialmente en la tradición mística. Antecedentes bíblicos se pueden encontrar en la memoria de Moisés que sube a la “nube oscura donde estaba Dios” (Éx 20,21). Para los místicos, especialmente para Juan de la Cruz que popularizó la expresión para indicar el camino de la humanidad a Dios[1], la noche oscura alude a momentos de profunda crisis, momentos de prueba, de limpieza y purificación de los sentidos, durante los cuales se puede seguir el camino solamente en la fe. La experiencia de los místicos, por tanto, abre para nosotros un sentido positivo de la noche oscura. Para ellos la noche connota luz y amor, y así prepara el alma para la unión con Dios en el amor, por medio de la contemplación. Por lo tanto podemos decir que la crisis que se vive durante la noche oscura es una crisis de crecimiento.
Como hemos dicho, las imágenes del declive del día, del caos y de la noche oscura no tienen un único significado, sea positivo o negativo. Su significado depende más bien del contexto en el que se utilizan. Hacen referencia a situaciones marcadas por una crisis al pasar de la muerte a la vida en diferentes medios. Circunstancias delicadas y difíciles en las que uno puede hallar vida sólo perseverando en la fe. Situaciones que no son fáciles, que pueden transformarse en un kairos sólo pasando a través del sacrificio y la muerte. Un sacrificio que implica viajar en la noche de la incertidumbre, firmemente buscando el sentido pleno de nuestra vida como consagrados –y no sabemos por cuánto tiempo– sólo que no será corto. Una muerte que trae consigo el hecho de morir a un número de seguridades construidas por la vida consagrada a través de su historia, para poder aferrarnos, con una fe adulta y una profunda purificación de las falsas imágenes de Dios, al Dios de la historia, quien –aunque pareciera estar dormido– está viajando con nosotros en una barca sacudida por la tempestad (cf. Mc 4,35).
Un momento difícil, delicado e incómodo
Esperar una nueva creación en un momento en que el caos parece reinar, escanear el horizonte de la noche oscura y seguir siendo “centinelas de la mañana” cuando el día se hunde rápidamente, no es tarea fácil ni sencilla, como muestran las respuestas a dichas situaciones. La invitación que el Papa Benedicto XVI dirigió a nosotros en su última declaración sobre la vida consagrada, unos días antes de su retiro de la Sede de san Pedro, es significativa: “No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días;”[2] ¿debemos entender que hay una abundancia de profetas de la fatalidad entre los mismos religiosos consagrados?
Sin duda, en esta situación tan familiar a la vida consagrada, la travesía del caos del desierto, la noche oscura y el declive del día, no es fácil. Necesitamos “conocer el tiempo en que estamos viviendo” (cf. Rm 13,11), estar en guardia día y noche, alertas y escaneando el horizonte con los ojos del corazón como un centinela para evitar un ataque sorpresa (cf. Is 21,6), estar “despiertos y vigilantes”[3], con nuestras lámparas encendidas (Lc 12,35) para evitar caer víctimas del sueño, en un letargo que lleva inexorablemente a la muerte. Necesitamos velar por una fe adulta y una esperanza inquebrantable, alimentados por el pan de la Palabra y la Eucaristía, para evitar fallar en el camino que hemos entrado y del cual no podemos ver el final.
La historia del pueblo de Israel nos muestra que el camino a través del desierto es áspero. En las situaciones en que vivimos, marcadas por el vacío, del silencio de Dios y sequedad espiritual, no es fácil ver que Dios está viajando con nosotros (cf. Jb 23,8-9) y actuando, incluso en las “crisis” y en los momentos de oscuridad. En tales situaciones debemos estar bien equipados, revestidos de Jesucristo y usando la armadura de la luz, como nos exhorta San Pablo (cf. Rm 13,11-14).
Un momento de luz
No todo en la vida consagrada va bien, como algunos sienten la necesidad de destacar, pero no todo va mal, como sostienen los profetas de la fatalidad. En un momento de crisis como el nuestro es necesario dar la bienvenida a un primer desafío que enfrenta la vida consagrada de hoy, y que algunos consideran un desafío preparatorio, abriendo el camino a otros retos, tal como ser sinceros[4], enfrentar la verdad de la vida consagrada y asumir la verdadera responsabilidad de un adulto.
¿Qué quiero decir con vivir la verdad con serenidad y responsabilidad? Para aceptar serenamente y responsablemente el reto de vivir la verdad implica ir más allá de las palabras bonitas sobre la vida consagrada y la simple formulación de su ideal[5], para penetrar en un riguroso análisis de la situación actual por la que está pasando la vida consagrada, aceptando con sano realismo el hecho de que nosotros, religiosos consagrados, estamos viviendo una situación crítica, un momento de crisis que (como indica la propia etimología de la palabra) requiere que seamos lúcidos y valientes para tomar decisiones, no siempre populares.[6]
Vivir la verdad con serenidad y aceptar sus retos puede significar a veces una crisis de la imagen que hemos creado de la vida consagrada. La imagen de barro en las manos del alfarero (cf. a Jr 18,1-6) me parece muy sugestiva. La vida consagrada está llamada, en cualquier momento pero sobre todo hoy, a permitir que sus miembros sean moldeados en las amorosas manos de Dios el alfarero. Esto puede significar romper el precioso jarrón que hemos heredado y que hemos contemplado, amado y remodelado, con el fin de entrar en una nueva fase en esta maravillosa aventura en la que el Señor desea que juguemos nuestra parte: la refundación de la vida consagrada. Este es un comienzo doloroso pero necesario de conversión, la ruptura del yo, del ideal que hemos formado de nosotros mismos. Sin esta crisis, la verdad es imposible y no habrá renacimiento de la vida consagrada. Debe haber una profunda honestidad y fidelidad a la realidad, sin la cual es imposible decir “Sí” al Dios que nos llama.
Un momento de discernimiento
Lo que ha sido dicho requiere discernimiento. La palabra “discernimiento” proviene del latín discernere, que corresponde al griego diakrisis. Ambos pueden traducirse “examinar”, “separar”, “distinguir” una cosa de otra. Un último análisis, para nosotros se trata de distinguir la voz de Dios de otras voces, lo que viene de Dios de lo que es contrario a Dios. En palabras de San Francisco de Asís, el discernimiento consiste en tomar el camino de la fe que nos conduce a los creyentes a “tener el Espíritu del Señor y dejarlo actuar en nosotros”[7] de tal manera que podamos “actuar como sabemos que tú, Señor, deseas y querer siempre lo que te agrada”[8] Para San Ignacio de Loyola, el discernimiento es la búsqueda de lo que agrada al Padre[9]. Se trata no de una elección entre el bien y el mal, sino de una elección entre lo bueno y lo mejor, entre un bien y otro, como San Benito requiere en su Regla.
No somos nosotros la última fuente de discernimiento; esta fuente es el Espíritu, que purifica, ilumina y nos abraza. Es el Espíritu quien da amor y conocimiento de tal manera que el cristiano es transformado en una persona espiritual que puede juzgar todas las cosas (Rm 5,1-5), gracias a la misteriosa sabiduría divina oculta a los sabios de este mundo y revelada a los humildes (cf. Mt 11,25). El discernimiento es entonces, no tanto una cuestión de análisis, sino de transformación interior, desarrollo de la vida espiritual, que da al creyente “los ojos del Espíritu” para seguir la voluntad del Señor. El discernimiento debe hacerse a la luz del Evangelio, del propio carisma y de los signos de los tiempos.
La vida consagrada es variada y en esta pluralidad reside su riqueza. Esta pluralidad fluye desde los diferentes carismas que surgen en respuesta a las claras necesidades de la vida cristiana y de un “deseo profundo del alma de ser conformada a Cristo, de ser testigo de algún aspecto de su misterio”[10]. Al discernir, debemos prestar atención a los signos de los tiempos, los acontecimientos de la vida que marcan una época de la historia y a través de los cuales un cristiano es interrogado por Dios y llamado a dar una respuesta según el Evangelio. Los signos de los tiempos son rayos de luz en la noche oscura de nuestras vidas y de nuestro pueblo, faros de esperanza que nos permiten escuchar la voz del Señor, para descubrir su presencia en los eventos de la historia.
Un momento para cultivar nuestras raíces
Algunas personas usan la imagen del invierno para hablar de una nueva oportunidad para la vida consagrada. Ésta es una imagen ambigua. El invierno es claramente un momento de muerte, en el cual muchos árboles pierden sus hojas, hay falta de flores y frutos. La naturaleza parece estéril, dormida, y el momento de la muerte parece haber llegado. Sin embargo, bajo esta aparente muerte y esterilidad que parece tan definitiva, está oculta una gran revitalización. El invierno es la época cuando la vegetación trabaja en profundidad y las raíces son muy activas, garantizando la continuidad de la vida con su trabajo humilde y silencioso. Lo mismo es cierto de la vida consagrada. Las vocaciones están disminuyendo, abundan las deserciones, la pirámide de edad está de cabeza porque hay más ancianos que jóvenes. La fidelidad se está poniendo a prueba, así como la esperanza y la paciencia, así como el pueblo de Israel fue puesto a prueba en su largo peregrinaje a través del desierto.
En estas circunstancias la vida consagrada, mano a mano con la Iglesia, está llamada a trabajar para lo que es esencial, para lo que realmente le da un sentido profundo, más allá de los números y la eficiencia. El invierno es el momento de radicalidad oculta, y aunque es doloroso, es un paso a una nueva vida, a una nueva forma de garantizar el sabor del Evangelio que nunca debe faltar en la vida consagrada. Esto exige una fe sólida, inquebrantable, una esperanza militante, una paciencia constante en cada intento (cf. St 5,7-8). Tal es la visibilidad y la fecundidad de la obra redentora de Cristo. La visibilidad y la fecundidad no pueden faltar nunca en la vida consagrada y le garantizarán un futuro lleno de esperanza.
[1] Juan de la Cruz escribió el poema Noche oscura y escribió también dos comentarios: Subida al Monte Carmelo y Noche oscura. Los dos comentarios quedaron incompletos, ambos indican la transición de la meditación a la contemplación Subida 2.13 y Noche 1.9.
[2] Homilía en el Día Mundial de la Vida Consagrada, 2 de febrero de 2013
[3] Ibid.
[4] Felicísimo Martinez, Situación actual desafíos de vida religiosa, Vitoria 2004 ; Frontera 44, p. 13.
[5] El Santo Padre en la Carta Apostólica que nos envió a nosotros, los religiosos consagrados, dice: “Espero, pues, que mantengáis vivas las “utopías”, pero que sepáis crear “otros lugares” donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida, de la diversidad, del amor mutuo”. Papa Francisco. Carta Apostólica a todos los Consagrados (Roma, 21 de noviembre 2014, II.2).
[6] La crisis que vive la vida consagrada no es de naturaleza moral, sino existencial, de sentido y misión. En todo caso, tenemos que recordar que una crisis no es en sí misma negativa o positiva. Todo depende de las decisiones que se tomen o se eludan.
[7] San Francisco de Asís Segunda Regla, 10.8.
[8] San Francisco de Asís Segunda Regla, 10.8.
[9] Cf. Carlos Palmes, Discernir es buscar en todo lo que más agrada al Padre. Ignacio de Loyola, Vitoria 2009, Frontera 65.
[10] Mutuae relationes, 1978, 51.